viernes, 16 de noviembre de 2012

Relato nº 13: Apocalipsis, parte 4.

Las horas parecían siglos bajo el prisma de María. Siempre captó esa percepción diferente del tiempo, desde que el suceso la dejara encerrada sola en aquella casa de campo, estando su marido cortando madera en el bosque. Recordó como percibió algo de repente, no supo muy bien el qué; fue como si el mundo se diese la vuelta pero sin que se moviera nada alrededor.
No olvidará cuando vio a su marido intentar entrar en la casa, era él sin serlo. Con otra cara, otra mirada, otro semblante, otras intenciones. Tras de él varios hombres más, hombres que no conocía, hombres que deberían haber andado por allí cerca cuando todo acabó.
Después su hijo le salvó la vida. Desde ese momento todo avanzó despacio, pasaron meses que fueron como siglos. Más tarde se convirtió en la amante de su hijo, aunque el tiempo seguía detenido. Nunca jamás volvería a estar en paz consigo misma; pero eso ya le daba igual.
Desde que lo hicieron por primera vez algo volvió a cambiar en ella, como si el mundo hubiera vuelto a dar otro giro sin que nada se moviera. Desde aquel instante la sangre empezó a correrle por las venas y sentía fuego en las entrañas. Ya no podía estar sin follar con su hijo, sin ser la mujer que le diera infinito y generoso placer. Le gustaba ser su guarra, quería ser su zorra. Poseída por un instinto animal. Tal vez se perdiese el tiempo rezando, tal vez el mundo del ser humano hubiera acabado, y sin seres humanos no había Dioses ni Diablos. Solo supervivencia y miedos.
Su hijo era el macho que la protegía y ella la hembra que lo mantenía satisfecho. La presencia de otra hembra más guapa y joven lo ponía todo en peligro. Si había que luchar se lucharía, no por ser más vieja iba a ser menos mujer, y estaba dispuesta a demostrarlo; tendría que abrir bien los ojos de su hijo, y estaba decidida a hacerlo.
La mejor forma de recuperar su territorio, o al menos mantener el mismo nivel de dignidad que la joven hembra, era demostrar al macho cuanto podía darle; y hacerlo junto a Sara, para que pudiera Jaime valorar lo que tenía por madre.
Aprovechó el sueño de su hijo de la mañana siguiente para hablar con Sara.
La joven estaba cuidando el huerto, quitando malas hierbas. Esas hierbas de color pardo y marrón, con pinchos, le daban mucho miedo pues las percibía como el símil vegetal de los caminantes. Desde el suceso su número había aumentado en el huerto. A veces tenía la pesadilla de que una inmensa enredadera caminante se colaba por su habitación y la aplastaba dulcemente mientras dormía.
 El Sol estaba cerca de su punto más alto. María fue y la citó en diez minutos en la casa, cuando acabara de quitar las malezas tomateras que tenía entre manos.
Le ofreció un poco de agua y la hizo sentar en el sofá, luego se sentó en una silla frente a ella.
“Imagino que Jaime te habrá puesto al día en todo lo que venimos haciendo en esta casa desde que el mundo acabó. Te habrá contado los quehaceres diarios y me consta que te ha comunicado las nuevas rondas de vigilancia rotativa. Ya conoces nuestros excelentes suministros: comidas, ropas, armas, vehículos, gasolina, camas, etc, etc, etc….”
Sara asentía con seriedad, como una alumna aplicada ante profesora que repite una difícil lección por segunda vez para los más torpes.
“Él es un hombre fuerte y valiente. Siempre lo ha dado todo por mantenerme a salvo, ha puesto su vida en riesgo por salvaguardar la casa. Y no dudo que hará lo mismo por ti, pues te ha admitido como un miembro de pleno derecho en esta casa. Y por lo que veo tú has sabido ser agradecida, y yo como su madre que soy estoy orgullosa de él y de ti, de que sepas interpretar literalmente tan difícil situación”
Hizo una pausa, dejando que Sara fuera digiriendo todo lo que le estaba diciendo.
“Sé que sabes que yo soy la hembra de la casa, sé que conoces que soy quien le ha dado placer de aquí atrás; y deduzco de tu frialdad el que no te has extrañado de que sea su zorra siendo su madre”
“Señora yo en ningún momento he pretendido ofenderla. La noche que llegué estaba confundida, no sabía realmente quienes erais, yo….. solo quería encajar, ofrecer mi cuerpo en forma de recompensa. Ahora sé que sois buenos, ahora sé que sois legales, ¡no se puede hacer una idea de lo que he sufrido!”
“No malgastes palabrería cariño. Si algo has dejado claro es lo puta que eres, a mi no me engañas y él es menos ingenuo de lo que crees”
“Su hijo me hace sentir bien, me siento segura ofreciéndole mi cuerpo. No quisiera quitárselo, usted seguirá siendo la mujer de la casa. Yo solo quiero mi hueco donde poder colaborar y donde podernos sentir satisfechos, creo que su hijo me quiere hacer su pareja; tal vez usted vuelva a ser solo la madre. Señora María, siempre contará con mi respeto y haré todo lo que me pida en la casa.”
Sara parecía irónica, cosa que a María no le gustó lo más mínimo.
“Escucha atentamente. No pretendo arrancar a mi hijo el lujo de gozar de tu cuerpo; no se me ocurriría después de lo que ha hecho por mí. Pero yo seguiré siendo, no solo la señora de la casa, también su primera perra. Si eres capaz de adaptarte a ello podrás seguir aquí”
“Con todos mis respetos, el que siga o no aquí no es decisión suya, sino de Jaime; pero me será útil saber cuánto le incomoda y alerta mi presencia. No obstante intentaré ser digna y útil para los dos. Siempre muy agradecida del hogar que me han brindado”
María hizo una pausa solemne, dispuesta a abordar el motivo de la charla.
“Supongamos que nos desea a las dos. Hagámoselo saber, esta noche tras la cena le seduciremos las dos. Le daremos una ración de sexo que nunca olvide, que le haga sentirse el hombre más afortunado de la tierra. Ambas le necesitaremos, si está contento con las dos, ambas estaremos seguras bajo este techo. La perra de su madre y la puerca jovencita. Que nos tenga a las dos a la vez. Nos vendrá muy bien a los tres”
Sara se relamió imaginando el cuerpo voluptuoso y maduro de María por encima de su vestido.
“Si la señora lo ordena así, así será”
Sara continuó su labor en el Huerto y María fue a la cocina a preparar la cena. Mientras pelaba los tomates y reservaba una lata de sardinas, su coño humeaba chorreando, empapado.
Después de la cena Jaime les dijo que se fueran a dormir, que él estaría vigilante hasta la mañana siguiente.
Su madre le ofreció la botella de whisky. Él la cogió y Sara imploró, con voz de gatita celosa, si podía beber un trago. Él le pidió a su madre un vaso para la joven pero ella le dijo que no, que primero bebiera él, no había necesidad de ensuciar un vaso.
Sara vestía con minifalda, un antojito que tuvo en el asalto a una de las tiendas de moda joven del centro comercial. La minifalda era de color rojo, muy rojo, rojo dañino para la vista, cuyo contraste con la piel morena, unido a lo excesivamente corta que le quedaba, pues mostraba casi medio trasero, otorgaba al conjunto caderas-trasero-muslos un halo erótico jamás soñado por ningún estilista pornográfico; digno de un mundo que no era mundo. Además una discreta, aunque ceñida camiseta azul, que apenas le tapaba el ombligo y abultaba exageradamente los amplios melones.
María como solía, vestido clásico. Color crema, ceñidito de cintura, de ancha cintura todo sea dicho. Y mínimamente escotado, de sus monumentales pechos todo sea dicho, los cuales vencían momentáneamente a la gravedad por mor del sujetador.
A pesar del puterío con el que vestía la joven, a Jaime le pillo por sorpresa que se sentase sobre sus regazos y le besara con el fin de beber el whisky del trago que acababa de dar a la botella. El trasvase fue casi perfecto. Luego ella le arrebató la botella de las manos y dio dos largos tragos, seguidos de otro gran sorbo el cual depositó de vuelta a la boca de Jaime, acabando refrenado su lengua por el interior de su boca, metiéndola muy adentro.
María les miraba de pie desde la cocina, almacenando humedad, las gotas generadas en su coño ya le resbalaban piernas abajo, tan excitada y caliente que empezaba a correr el riesgo de morir por combustión espontánea.
La joven permanecía sentada sobre Jaime, bebieron un poco más, cada uno de la boca del otro. Luego ella se deshizo de la camiseta, lanzándola contra las tablas que protegían la amplia cristalera del salón.
Sus grandes peras quedaron al alcance de Jaime. Él las agarró y las lamió, su polla hacía rato que estaba preparada para la acción y conocía perfectamente de la presencia trasera de su madre. No sabía muy bien qué estaba pasando, simplemente dejaba hacer a sus gallinas.
“¡Tetona!, creo que nunca me voy a cansar de comerte las peras Sarita”
“jajajaja, mi rey, ni falta que hace, vamos mi señor cómelas enteritas”
Cuando llevaba un rato lamiéndolas, ensalivándolas en profundidad, lo levantó y lo sentó en mitad del sofá de tres plazas. Haciéndole un bailecito se deshizo de la minifalda y de las minúsculas braguitas, quedando totalmente desnuda. Luego se echó sobre él, quitándole el chaleco descubriendo su torso desnudo y musculado. Le lamió el cuello y el pecho y le hizo señas a María para que se acercara.
María llegó como una perrita obediente y se sentó al lado de Jaime. Sara sonrió y se sentó al otro lado.
“Hola mamá, qué pasa ¿qué quieres un poco de caña?”
“Ya sabes que sí, ya sabes de mi generosidad ante mi amo”.
La vio guapa, con belleza natural, aunque más teñida. Recordó su espectacular coño maduro depilado; ardía en ganas de volver a saborearlo; ya tenía a Sara desnuda ahora le quedaba su querida madre.
Se levantó y la desnudó poco a poco, María se iba moviendo por el sofá, levantando las caderas, dejándose hacer para facilitarle la labor.
No tardó en tenerlas a ambas desnudas sobre el sofá, pegadas pero sin tocarse ni mirarse. Visiblemente muy calientes, el coño de su madre brillaba encharcado, le gustó verlo así.
Las contempló un instante. Las diferencias eran enormes grosso modo. Pero entrando en los detalles su madre ganaba enteros frente a aquella chica. Los pechos eran del mismo tamaño y casi forma, es decir muy grandes; solo que los de su madre ya estaban caídos por la edad. Su coño, sin embargo, lucía mejor que el de Sara. Tenía mejor coño, las cosas como son. Un poco más grande y más bonito, totalmente depilado; se mostraba más jugoso y atractivo a simple vista; y al recordar el calor que emitía y lo confortable que estaba su polla allí dentro sintió un escalofrío de puro gusto que le recorría la espalda hasta la nuca. Por lo demás Sara ganaba en todo, más guapa, aunque su madre también lo era, un poco más alta y con el pelo mucho más bonito.
Pero eran dos mujeres por los que muchos hombres hubieran matado catar la cama cuando el mundo era mundo. Y estaban allí, desnudas ante él, dispuestas para él.
Se arrodilló ante su madre y la abrió de piernas. Ella mostró una sonrisa de plena satisfacción, de orgullo materno. Le agarró la cabeza y lo atrajo hacia su sexo.
“ven mi vida, come de mamá mi amor”
Sara miraba en silencio espeso.
El lametón primero le salió del alma, realmente llevaba días sin estar con su madre y ya añoraba lo bien cuidado que lo tenía para él, a petición de él realmente.
María se acomodó muy abierta, facilitando que la cabeza de su hijo entrase fácilmente entre sus piernas. Su cara ladeada hacia el lado opuesto al que se encontraba Sara. Gimiendo, queda y continua, sintiendo la lengua cálida. Jaime por su parte se agarraba a sus muslos para no caer en el abismo de aquella deliciosa y bien cuidada cueva.
Sara empezó a tocarse mientras miraba, pero más por el impulso de una actriz porno que recibe esa orden del director que por otra cosa; no se encontraba demasiado caliente, se tocaba porque era lo correcto en aquella situación. Sabía, no obstante, que se jugaba mucho en ese momento, si dejaba que su madre se impusiera tal vez quedase relegada a un plano residual de la convivencia. Ella se sabía guapa y atractiva, su juventud era un manantial de vida y pasión. La novia ideal para aquel chico fuerte; pero tal vez eso hubiera quedado bien en el mundo anterior. Ahora ese chico le comía el coño a su madre y fuera no cantaban los pájaros. El mundo no era el habitual. El dominio hembra había sustituido al de mujer, para bien y para mal.
Jaime ahora frotaba el coño de su madre, haciendo círculos con las yemas de los dedos índice y corazón. Miró a Sara y le dio una palmadita en su muslo mientras le dedicaba una sonrisa. La joven se arrimó a María y le besó en el cuello, luego lo lamió, deslizando la lengua como un cachorrillo por la piel de aquella mujer. María reaccionó al contacto y giró la cabeza hacia ella. Su cara trasmitía, con los ojos a medio cerrar, todo el placer otorgado en su sexo. Sacó también su lengua y Sara reaccionó buscando su boca.
Se morrearon durante un instante, luego Sara bajó y comenzó a lamerle los pechos, no sin antes tener que levantarlos de su permanente posición caída. Le costó levantarlos más de lo que hubiera jurado, el peso de aquellas grandes ubres era respetable. Manteniéndolos en alto, a la altura del cuello de María, lamió detenidamente los pezones; a la vez que Jaime daba otra tanda de lametones, bocados y lengua introducida en el coño de su mamá.
Mientras, en el exterior era noche cerrada. La luna brillaba en cuarto menguante y las estrellan tiritaban. Pocas nubes, noche buena de ¿junio?, tal vez sí, junio. La luz de las velas del salón, donde en ese momento Jaime comía el  agujero por donde salió al nacer y la guapa y atractiva Sara lamía los inmensos y caídos pechos de María, se filtraba tenue y tétrica a través de las tablas que protegían las ventanas de la que fue una amplia, elegante y cuidada cristalera con vistas. En lo alto la casa iluminada débilmente por la noche, y pariendo la distinta luz de las velas, aquella casa parecía maléfica, como sacada de un cuento de terror, como recién aparecida desde otra dimensión; sin tener nada que ver con el paisaje que la rodeaba. De hecho ni la pelada colina, en cuya cima descansaba, parecía encajar en aquel paisaje de bosques y altas montañas.
Desde la frondosidad del bosque unos ojos ensangrentados miraban la casa. El rugido continuo que emitía una boca desencajada y casi sin dientes parecía querer decir algo al aire, parecía querer comunicar algo a la casa, que la miraba distante, fría y cálida a la vez. Aquella alma perdida, con apariencia de mujer, podía haber andado en cualquier dirección, pues llegó hasta aquel punto como podría haberlo hecho a otro cualquiera. Posiblemente llevaría meses deambulando en soledad. Lo cierto es que aquella casa le atrajo desde que la vio, sus ojos quedaron clavados en ella. Poco a poco fue arrastrando sus pies colina arriba.
Jaime dejó de comer y las contempló besándose. Le gustó lo que vio. Se sentó en una silla frente al sofá y se desnudó, quedó mirando y acariciando su enorme polla.
Sara y María le miraron de reojo, captaron la idea y siguieron con el numerito. Las dos estaban también completamente desnudas, María se levantó dando la espalda momentáneamente  a su hijo. El cual se echó un poco hacia adelante para dar un azote en sus nalgas, las cuales quedaron bailando algo flácidas, como una gelatina.
“Veamos a que saben los humedales de Sarita”
Sarita obedeció a la voz de María. Se abrió mucho para dejarla entrar. María se arrodilló de forma que su trasero quedase siempre erguido en dirección a Jaime, el cual quedó a escaso medio metro de él. La posición no debía serle muy cómoda, pues tenía que arquear mucho la espalda para hacer la especie de V en el que su boca quedaba a la altura del coño de Sara y el culo bien arriba a mano de Jaime, por si se animaba que no le resultara muy difícil que agujero profanar en primer lugar.
Era la primera vez que María lamía un coño. Al principio cerró los ojos, algo alterada y sin apetencia, pero pronto descubrió cómo se abría al contacto de su lengua, como una húmeda flor al llegar la primavera. Notó la suavidad al deslizarla entre los labios y el sabor salado del interior cuando apenas la introdujo unos centímetros. Sara comenzó a gemir, eso motivó de sobremanera a María, la cual incrementó el ritmo de lamidas a la vez que llevaba su mano derecha a su sexo, tocándolo y abriéndolo para que le diera el fresquito.
Tanto el peludito coño joven como el rasurado coño maduro chorreaban de placer.
Jaime vio como su madre se abría el coño a la vez que intentaba empinar más el cuerpo para que quedase muy a la vista. Permanecía de rodillas, cada vez más metida y ensimismada en lo que le hacía a Sara, que por otro lado parecía estar disfrutando de lo lindo. Sintió que podrían reventarle los huevos de dolor, ya estaba bien de ser mero espectador de aquella maravilla, de aquel regalo del Diablo.
Se arrodilló detrás de su madre y empezó a lamerle el ojete, como un perro a una perra. Solo que esta perra estaba lamiendo el coño de otra perrita. Al sentir la humedad, meneó suavemente las caderas agradeciendo que ya estuviera ahí, y se sintió más motivada para incrementar la intensidad del trabajo que realizaba a la joven. Ahora, mientras su ano se llenaba de un juguetón calor húmedo, su lengua rebotaba en la parte visible del clítoris de la chavala, la cual pareció enloquecer, agitando su cuerpo, como poseída, de lado a lado y gritando y gimiendo y suspirando; pero manteniendo las piernas muy abiertas y quietas para que María pudiera seguir haciendo.
Le agarró las nalgas para que dejara de mecerse y así poder concentrarse en comer. El ano y el sexo de su madre le supieron exquisitos. María quedó quieta, moviendo a su vez de forma compulsiva la lengua; solo la sacaba del sexo de Sara para escupir pelos que se le enredaban en el paladar.
Se levantó y se colocó sobre su madre. Ella notó como se disponía a montarla, así que apartó momentáneamente la cabeza de entre las piernas de la joven y miró de reojo, girando un poco la cabeza hacia atrás, para deleitarse con lo que se le venía encima. Jaime se situó justo encima, flexionando las rodillas y agarrando la polla por los huevos para mantenerla firme en picado. María ronroneó como una gata, acomodándose bajo su hijo y empinó más el trasero.
Sara observaba, plácida, sin perderse detalle, desde una posición de lujo.
Se la clavó en el ano. Apretó con fuerza hasta meter un poco más de la mitad y empezó a pisarla; con sus manos abierta sobre su espalda; María tuvo que hacer fuerzas para que el empuje del macho dominante no la estampara contra el suelo.
Los gemidos desgarrados de dolor de María invadieron el exterior. La caminante se detuvo en mitad de la colina. Ladeo su cabeza observando la casa; como queriendo digerir que aquel ruido provenía de allí adentro. Su cabeza a penas tenía pelos y una de sus orejas estaba descolgada y golpeando contra el cuello a favor del viento.
Como la madre ya no le prestaba atención, pues demasiado ocupada estaba en morder el sofá mientras se desgañitaba del dolor provocado por el enorme pollón que le rompía el culo a fuertes embestidas, Sarita se levantó y se fue al lado de su salvador. Sonriendo acarició la espalda de María y separó un poco las nalgas para comprobar de primera mano cómo le entraba la polla. Jaime sudaba y se concentraba en durar, pero tuvo otra sonrisa en respuesta a la chica. Ella le besó con lengua y luego se situó detrás. Su pelvis se acopló al culo del chico, acompañando en el movimiento algo lateral y algo de arriba abajo, mientras sus manos acariciaban los músculos del pecho, dando pellizquitos en los pezones del protector. Como si ella le follara a él y el rompiera a la otra desde arriba.
Se separó un instante para ver la escena a cierta distancia. Era verdaderamente conmovedora y muy pornográfica. El hijo clavando a su madre a pollazos en el culo, cada vez más contra el suelo. Ella, por su parte, agarrada como podía contra el sofá, visiblemente muy dolorida, pero recibiéndolo de forma sumisa, manteniendo en todo momento el trasero muy arriba para facilitar la labor.
Le pareció entrañable lo que una madre estaba dispuesta a hacer por un hijo. Quiso darle algo de placer en aquel mar de dolor en el que se había visto metida.
Se arrodilló tras ella y se acercó, agachándose, hasta su sexo. El ruido de la polla rasgando la piel del culo le sonó desolador, pero ahí seguía a pesar de las súplicas de dolor que empezaba a mostrar la madre. Debido a las embestidas había cierto movimiento, pero no le fue difícil colocar sus manos en torno al sexo para abrirles los labios y meter su lengua.
El efecto de su lengua fue inmediato. Aquella mujer dejó de gritar de dolor y dejó escapar un gemidito de gusto, los flujos vaginales no tardaron en salir, siendo tragados en gran parte por Sara. Era como si, a pesar del dolor, aquella situación excitara de sobremanera a María, pues esa forma inmediata de correrse no fue para nada esperada.
Joder. Pensó Sara. Realmente le gusta ser la perra de su hijo.
Continuó comiéndoselo hasta que Jaime cesó en la clavada.
Él se sentó en el sofá, algo cansado por la incómoda posición sostenida durante unos cinco minutos. Sara se arrodilló a su lado, como una perrita dócil, respetando su cansancio. María quedó unos instantes sentada en el suelo, quejosa, dolorida. Recuperándose.
Sara agarró cuidadosamente el rabo y le sopló, le palpitaba entre los dedos. Jaime le sonrió; a cuya sonrisa ella correspondió besando cuidadosamente el capullo.
“ay mi pollita, ¿está muy dolorida después de romper el culo de la señora de la casa?”.
Sonó con desdén, iba dirigido más a María, la cual sonrió irónica mientras se mordía la lengua.
Cuando María miró, pasado un minuto, Sara ya estaba dándole una monumental mamada a su hijo. Miró frunciendo un poco el ceño, analítica, sabiendo valorar lo que aquella chica hacía a su pequeño.
El pelo moreno caía por su cara, con el rabo apretado contra su boca mientras lo masturbaba. El masturbar y meter en la boca era todo uno, a penas hacía ruido y la abarcaba entera sin arcadas. Su hijo gozaba tanto que se sintió orgullosa de él, el orgullo de una madre por ver a un hijo feliz.
Sintió una oleada de motivación. Se arrodilló junto a Sara y le frotó la espalda, llamando su atención. Ella se la sacó de su boca y la sostuvo erguida mientras la morreó. Luego se la pasó, como si fuera la botella de whisky. María la agarró risueña y la besó, dándole lametones longitudinales de abajo arriba. Luego la engulló, tratando de simular lo que le hacía Sara, pero no lograba meterla entera en la boca sin tener serias arcadas. Así que, consciente de sus limitaciones y virtudes, se dedicó a darle gusto a la altura del capullo, agitando dulcemente el capullo en torno a él, mientras su boca entraba hasta la mitad en una mamada constante, mientras la joven le lamía los huevos, metiéndolos en su boca, sintiendo la carga de semen que estaba siendo cocinado ahí dentro.
Ahora las dos la lamían a la vez, cada una pasando su lengua por un lateral, juntándose a la altura del capullo; donde se morreaban dejándolo en medio de las bocas. María la dejó hacer a la joven sola y se fue a besar a su hijo.
“¿Todo bien cariño?, ¿está mi nene a gusto?”
“Mucho, mamá, sois geniales”
“Mamá está feliz, la generosidad de las hembras al macho que las protege debe ser eterna y sin condición. Mamá nunca pone condiciones, y lo sabes cariñín”.
Jaime asintió con los labios simulando una O mientras miraba a la chica, disfrutando de lo que le hacía.
Mientras Sara seguía con la mamada su madre le lamió los pezones y deslizó su lengua por el cuello, llegando hasta chupar las orejas. Jaime notaba tocar el cielo con la yema de los dedos.
A la vez, una cabeza se retuerce por la parte trasera del ventanal de madera. Buscando mirar a través de las tablas. Observa la escena, deja ver los pocos dientes y saca la lengua, partida por la mitad. La mirada se proyecta sanguínea. El desagradable ruido constante, emitido desde algún punto indeterminado entre su pecho y cuello, podría delatarla.
Sara le masturbaba, fuerte, preparándola. María le vio las intenciones de subirse a cabalgar, era la hora de mostrar quien era la perra dominante, todo lo que hiciera era poco.
Así que sin mediar palabra apartó las manos de la joven de la polla de su hijo y se subió encima. Sara se apartó, visiblemente molesta pero sonrió al ver que Jaime le miraba. María se colocó de rodillas sobre su paquete y se incorporó algo, sus pechos quedaron delante de Jaime, bailando colgantes; lo cual aprovechó para darle varias lamidas y bocados. María la agarró y la colocó muy vertical, luego descendió, quedando engullida completamente por su depilado, dócil y tragón coño.
Se acopló inclinándose sobre él y comenzó una larga y lenta cabalgada, buscando un punto medio en el que ambos se encontraran a gusto. Sara se sentó en el sofá al lado de Jaime, a veces le besaba, otras veces daba una vuelta, acariciando los pechos de María y besando a ambos.  Pero María quería que aquello durase, intentando infantilmente que solo fuera para ella. Iba variando gemidos, para no aburrirle, pero, aunque le estaba follando bien, la cabalgada empezó a aburrir a Jaime, el cual miraba a Sara, que le hacía gestos de que se fuera con ella. Cuando la joven se colocó a cuatro patas en uno de los extremos del sofá, no se lo pensó más y apartó a su madre dándole palmadas en las nalgas.
“Ale mami, buena hembra, pero ahora un rato con ella”
María se limitó a apartarse, visiblemente vencida; con una follada mediocre no iba a conseguir nada.
Vio como Sara le recibía en una postura imperial, digna en el estilo de perra, alejada de la sumisión con la que ella recibía la polla de su hijo en cualquiera de las posturas. Ella se esforzaba en ser buena amante, y sin duda lograba conseguirlo, pero Sara lo conseguía sin esfuerzo, lo llevaba dentro con estilo. Una guarra con clase, un auténtico putón.
La joven movía el culo con elegancia, de adelante atrás y con leve contoneo lateral, recibiendo la polla en su sexo y escupiéndola enrojecida hasta casi quedar fuera entera, y vuelta a entrar otra vez. Jaime lo acompañaba con ligeros movimientos, superado por la forma de follar de aquella joven.
Sus gemidos volvían a ser tan exagerados como eróticos. No cesaba de hablar en susurros roncos y femeninos, dando ánimos a mantener la polla bien erguida, a que aguantase todo lo que pudiese. Echándose hacia adelante, cayendo su pelo moreno, torciendo la espalda de lado a lado, levantando el trasero por momentos para luego caer contra la pelvis de Jaime, haciendo desaparecer la polla dentro de su coño.
Tan sensualmente pornográfica resultaba que  María empezó a tocarse mirando, no podía resistir la excitación tan incontrolable que le llegó. Se tumbó en el suelo, a la altura de ambos, y se abrió de piernas para tocarse mirando. Su mano se refregaba con velocidad, Sara se dio cuenta de su estado y exageró los gemidos.
“Creo que nuestra perrilla vieja necesita a su hijo, fóllatela cariño, acaba dentro de ella, se siente mal, mírala”.
María sabía que había sido agredida de nuevo, había sido pisada otra vez por aquella Diosa. Pero no le importaba, los miró implorando placer, necesitaba ser follada fuerte. Así supo verlo su hijo, el cual obedeció a Sara en su humana propuesta.
Jaime se colocó entre las piernas de su madre y la taladró fuerte hasta correrse. Ella lo abrazó y lo atrajo en el momento de la corrida. Sara no se percató, pensó que ella solo fingía, pero se corrieron a la vez. Por un instante se olvidaron de Sara, la cual gozaba orgullosa de haber acabado dando una orden al macho dominante, y que este hubiera obedecido. Orgullosa de haber dejado claro, al menos eso parecía, quien era la hembra potente bajo ese techo; y quien merecía los galones de primera mujer de la casa. En un mundo acabado los galones se marcan como en el mundo animal, pensó, y una hembra de buen ver joven y sana debería poder a otra más vieja y estropeada.
La muestra de caridad ofrecida, pidiendo al macho que acabase dentro de la hembra vieja, hizo que Sara se creyese una señora con mano derecha, consciente de la realidad del que tendría que ser el palacio donde reinara a la derecha del rey.
Lo cierto es que María y Jaime se abrazaban y corrían el uno contra el otro, tocando el cielo nuevamente, sintiendo que el cuerpo de uno era la prolongación del otro; justo como antes de nacer. Sabiendo ella lo que él necesitaba. Quedaron besándose un rato, hasta que vieron a Sara, la cual continuó besándolo durante unos instantes más, antes de agarrar su polla y dejarla bien limpia a lametones.
La caminante llevaba un rato merodeando la casa. Ahora se encontraba justo ante la puerta de entrada, husmeando todo, toqueteando por la pared. Al desplazarse un poco hacia atrás tumbó una regadera metálica que Sara había olvidado guardar antes del anochecer.
El ruido metálico les llegó de improviso. Con Sara limpiando la polla a Jaime y María tumbada en el suelo a su lado, mirando el techo, pensativa y satisfecha.
Jaime se levantó como un resorte, apresuradamente se vistió recogiendo su ropa desperdigada por el suelo. Les hizo una señal de silencio, colocando el dedo índice de su mano derecha sobre sus labios. María y Sara quedaron arrinconadas, desnudas, pegadas la una contra la otra.
Atemorizadas. Dejando hacer al protector.
Jaime observó a través de la mirilla de la puerta, no había nadie pero pudo ver la regadera tirada en mitad del porche. Cogió su machete y se colocó una de las pistolas pequeñas adosada al cinturón, cargada de balas. Desde el ventanal del salón tampoco vio nada, tampoco desde la cocina; ni desde la ventana de la sala de estar.
Ordenó a las mujeres que se encerraran en el sótano. Sara pidió ayudarle pero Jaime no se lo concedió. Se encerrarían y seguirían los pasos de su orden de sótano. María las sabía de memoria, se encargaría de instruir a la joven a marchas forzadas.
A Sara no le hizo ninguna gracia la idea de recibir instrucciones de María, pero obedeció a su protector.
Cuando la infranqueable puerta de acero inoxidable del sótano quedó sellada Jaime subió las escaleras con la idea de espiar desde la zona superior, donde la vista era más completa, pues solo no podía verse la zona delantera de la casa, la cual estaba bien protegida por el ventanal del salón y desde la que no vio nada.
Primero se fue hacia la zona de atrás, que es la única a la que no se accede desde abajo. Entró en la que fue su habitación, ahora dedicada a almacén. Se asomó entre las tablas y entonces pudo verla.
Estaba quieta, mirándole o al menos esa impresión daba. Los brazos bajados y la cabeza dirigida justo a esa ventana. Tras el susto inicial Jaime pudo ver que era una caminante. De hecho podía escucharse el murmullo constante que emitía. ¿Qué hacía allí?, ¿por qué miraba fijamente a esa ventana?. 
Tras revisar todo el entorno bajó y salió cuidadosamente. Se dirigió, pistola en mano y machete en cinturón, hasta la zona de atrás, amparándose en la protección de la poca claridad otorgada por la luna a medio hacer.
Se asomó cuidadosamente y pudo verla más de cerca. Una oreja le colgaba y apenas tenía pelo. Su cara, demacrada y muy blanca, miraba fijamente a la misma ventana. Se acercó cuidadosamente. A mitad de camino ella giró la cabeza hasta que sus ojos se cruzaron.
Jaime quedó en posición de defensa, se guardó la pistola y cogió el machete. Ya la habría matado de no ser por aquella enigmática forma de mirar, primero a la ventana y luego a él.
Frunció el ceño, le resultaba familiar.
Notó como el corazón se le disparaba.
Era Clara.
El amor de su vida.
El orgullo les separó algo más de un año antes del suceso. Cuando todo acabó estaban a punto de volver, habían quedado para tomar un café y hablarlo justo al día siguiente.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Aquello era nuevo para él. Pues ella había ido allí a sabiendas de lo que hacía, la había descubierto mirando la ventana desde la que tantos atardeceres vieron en los mágicos y románticos días de campo, justo antes de meterse en la cama a hacer el amor.
Y ahora le miraba, no le atacaba. Notaba como ella luchaba contra sus instintos, como si quisiera reconocerle.
“Hola Clara, amor. Soy yo Jaime. ¿Me reconoces?”
Como respuesta solo quejidos y ruidos infernales. Comenzó a avanzar, arrastrando los pies en un macabro baile, hacia él. Cuando llegó a él intentó atacarle. Jaime la agarró por el cuello y la inmovilizó. Ella pataleaba y estiraba los brazos buscando alcanzarle, con la boca muy abierta y los pocos dientes que le quedaban preparados para el festín.
Jaime sintió pena. Por un instante estuvo tentado de dejarse morder, de vencerse. Con suerte se convertiría en uno de ellos y entonces no tendría que sufrir más. Tal vez Clara hubiera ido a liberarle de la prisión en la que vivía. Solo tenía que dejar de sujetarla y ya no volvería a sufrir más.
Pero había dos mujeres que dependían de él.
“Lo siento mucho, amor mío”
El machete le atravesó desde el cuello, por debajo de la boca, hasta los ojos, que saltaron como bolitas de billar. Clara cayó en el acto.
El fuego dio paso al Sol y las lágrimas se secaron con la brisa del amanecer. Jaime entró en casa y golpeó la puerta del sótano.
Solo les dijo que un caminante andaba merodeando. Uno solitario, nada de lo que temer. No obstante pidió que no se bajase tanto la guardia para la próxima vez.
Se fue a dormir. Pidió que le dejaran más tiempo de lo habitual, necesitaba descansar.
María se llevó todo el día dando órdenes a Sara.
“La casa debe estar siempre impoluta, todo tiene que estar en el orden y la pulcritud que Jaime exige. Así que si quieres seguir aquí tendrás que ponerte las pilas. Mi hijo lleva razón, nos vendrá bien tu juventud. Mientras preparo el almuerzo deberás lavar la ropa y tenderla fuera. Recuerda, con un cubo de agua tendrá que ser bastante, y usa solo media pastilla de jabón. La colada se hace una vez al mes, y hoy toca. Apuntamos los días con tiza roja en la pared de la sala de estar. Ahora también te encargarás de ello, tras cada treinta palitos rojos tocará lavar la ropa. Usa los cables de la entrada para ello; el señor los bajó del tejado en una de sus acertadas decisiones”.
Sara lo hacía todo a desgana, siempre poniendo mala cara, pero obedecía. Su cabeza no dejó de dar vueltas mientras lavaba la ropa fuera, sobre una madera forrada de cerámica, preparada por Jaime para tal uso a modo de lebrillo.
María la miraba a través de las tablas de la cocina. Se sentía poderosa ordenando a aquella chica. Se sorprendía así mima del cambio mental que estaba experimentando. Había olvidado a Dios y ahora solo necesitaba demostrar la superioridad sobre aquella chica; dejar de ser solo la hembra para ser, además, la señora de la casa. Había que adiestrar a aquella joven para su beneficio. Quería hacerla dócil y trabajadora, en cierto modo era como esculpir un regalo para su hijo. No le importaba que la joven se creyera su novia y quisiera hacerlo notar, pensaba perdonarles los desplantes sexuales de intentar hacerla servil delante de su hijo. Tenía la certeza de que ella sabía que si no la obedecía, Jaime tomaría cartas en el asunto; eso la ataba.
Sara, por su parte, admitía las órdenes. En la sesión con Jaime había dejado muy claro quién era la hembra que mandaba. Lo demás era solo cuestión de tiempo. María sería cada vez más vieja, y ella cada vez más guapa y atractiva. Jaime no tardaría mucho en darse cuenta de que la selección natural era lo que debería mandar en aquel difícil momento. Agachaba la cabeza y obedecía. Pero poco a poco iba trazando un plan, y la paciencia era importante en él.
El tiempo y el sexo jugaban a su favor.
María no podía evitar recordar el orgasmo compartido que había vuelto a tener con su hijo. Aquella zorra sería muy guapa, tendría muy buen cuerpo y sabría cómo tratar a un hombre en la cama…. Pero el cómo su hijo se corría dentro de ella nunca lo tendría, el calor de una madre, el cariño infinito, la bondad y la generosidad sin pedir nada a cambio que ella le ofrecía, jamás se lo daría la otra. Y eso era, en tiempos tan difíciles como aquellos, tan importante como sobrevivir; porque sin ello no se sobreviviría.
Sonrió complacida mientras miraba a Sara lavar la ropa con el ceño frunció. El Sexo, al fin y al cabo, jugaba a su favor.
Tras el almuerzo María sentía que podría dar un paso adelante en el dominio sobre la joven. Jaime había ordenado que lo despertaran al atardecer, y así estar toda la noche y la mañana siguiente vigilante. Aun les quedaban unas tres horas a solas.
María se sentó en el sillón de vigilar de al lado de la cristalera, con la escopeta en mano, como tantas veces había visto hacer a su hijo; pero sin la botella de whisky. Ordenó a Sara que recogiese la cena y lavase los platos y cubiertos que habían empleado.
Sentía nervios por lo que iba a pedir a la joven, algo incómodo le recorría el estómago; pero tenía que hacerlo, convenía ir marcando el terreno cuanto antes.
“Cuando acabes de recoger vendrás aquí a comerme el coño. La señora necesita relax”
Lo había soltado sin respirar, necesitaba soltarlo, había sido como arrancarse una muela. Lo hacía para sentirse superior pero lo cierto es que su sexo se humedecía por momentos.
Sara dejó de fregar y la miró extrañada.
“¿Cómo has dicho?”
“Que acabes pronto para hacerme un trabajito, antes de que mi hijo se levante”
Sara la miró mordiéndose el labio inferior enfadada y excitada. Aquella mujer madura era aprovechable todavía, en parte entendía a Jaime. Si por ella fuera se desharía de ella allí mismo, arrebatándole la escopeta de largo cañón y volándole el cráneo. Pero tenía algo que a veces la ponía como una moto. Tal vez los enormes melones que guardaba caídos bajo sus vestidos, tal vez el sexo tan cuidado y perfectamente depilado, tal vez la belleza de su rostro, que aún conservaba a pesar de la edad. Tal vez le recordaba a alguna de las mujeres con la que había fantaseado en la soledad de su habitación, buscando videos de mujeres mayores con chicas jóvenes. No fueron pocas las veces que se sorprendió fantaseando de aquel modo; y en ese momento lo recordó con ternura.
En ese momento se sintió débil. Ella siempre había sido una chica muy segura de sí misma; tenía su vida perfectamente planeada antes del secuestro. Niña de papá rico, que estudiaría derecho y se casaría con un joven guapo y rico para ser la dueña de su hogar. Siempre soñó con ir guapa y bien vestida a las fiestas en las mansiones de los amigos, pariendo hijos y estando siempre perfecta para su hombre. Pero tuvo que vivir dos sucesos, el secuestro y el fin del mundo. Se sentía dichosa de haber sido rescatada y su mentalidad no había cambiado demasiado a pesar de todo, pues aspiraba a ser la señora de esa casa. Jaime se podría considerar un hombre guapo y rico, dadas las circunstancias; a pesar de todo su sueño seguía vivo. 
Pero en el fondo era débil. Y aquella mujer lo acababa de demostrar. Con su petición había vuelto a despertar fantasmas del pasado. Siempre se sintió vulnerable cada vez que se tocaba viendo esos videos; eran actos que la hacían alejarse del modelo de mujer que perseguía. Y ahora esa realidad estalló de nuevo en su cara; la petición de María le trasladaba a la fría soledad de su lujosa habitación de adolescente.
Por eso estaba elaborando un plan, porque necesitaba sentirse segura en los pasos a seguir para el objetivo marcado. Pero en aquel momento no quería dejar de sentirse vulnerable. En aquel momento necesitaba arrodillarse entre las piernas de aquella voluptuosa mujer madura.
Se aproximó despacio con la mirada perdida. María la sintió distante, la notó diferente. Se levantó un instante para arremangar el vestido por encima de la cintura y bajarse las bragas, las cuales dejó en el suelo cuidadosamente. Luego volvió a sentarse y se abrió mucho, poniendo cada pierna en los reposabrazos del sofá, apoyadas en los gemelos.
“Vamos Sarita, ven aquí”
Solo se le veía el coño, limpio, depilado por completo. Dos labios elegantes cerrados en un nudo, y una suerte de pulpa rojiza entre ellos, brillante por la humedad. Sus piernas eran bonitas, y esperaban abiertas y en alto a la joven.
Se arrodilló ante ella. A María, la mirada perdida y excitada de la chica le resultaba tan enigmática como extraña. Pensó en dar una lección de superioridad y se encontró con un deseo en aquellos bellos ojos, diferente a todos los que jamás había podido leer en nadie.
Su lengua le pareció más pequeña cuando la sacó entre sus carnosos labios. Su mirada imploraba valoración de lealtad cuando se aproximó hacia adelante; del mismo modo que un cachorro mira a un extraño dueño que ha ido a arrancarle de los brazos de su madre. Cuando la lengua resbaló contra su sexo, a María le pareció que creció instantáneamente. Percutió impoluta entre los labios, de arriba abajo, acabando en el ano, el cual quedó humedecido, metiendo levemente la punta en él.
El primer contacto había sido monumental. Nada de salir del paso, nada de ser sumisa ante su orden. Ahora la joven hacía algo que deseaba, pues no se podría empezar así algo que le hubiese repudiado o asqueado.
María empezó a emitir gemidos leves, intentando sofocarlos para no dar a Sara pistas sobre lo que le estaba encantando su trabajito. Ahogaba los quejidos pero Sara los oía, lo que le hacía esmerarse más, por entender que le encantaba. Con su boca se amoldó a la anchura y altura del sexo, colocándola abierta de modo que todo quedase dentro;  así, su lengua, ancha por no tener que salir apenas de la boca, pudo moverse de forma ágil y constante, refregando de abajo arriba, sintiendo el sabor salado y a pis de la parte rosada, y topando con el botón de la hembra mayor. Esto enloqueció a María y sus gemidos comenzaron a no ser ahogados, dando rienda suelta al gozo, sintiendo y viviendo el momento con intensidad.
Nunca antes se lo habían comido tan bien.
Sara se apartó lo justo para dar un respiro a la mujer. Pero enseguida se colocó más encima, pudiendo introducir dos dedos, índice y corazón, de su mano derecha, muy juntos y estirados, en el sexo de la madre de Jaime. A la vez, su lengua daba vueltas en torno al clítoris. Notaba como sus dedos se empapaban de los flujos de María, provocando un alto gemido constante que acabó en varios chillidos estruendosos de placer, a la vez que cerraba las piernas colocándose ligeramente de lado; vaciando sus flujos en la cara de Sarita, cuya cabeza había quedado prisionera entre la zona baja de los muslos.
Sara se levantó, dando por hecho que su función había terminado, y se limpió la boca y cara, impregnada de flujos, con una servilleta de la cocina. Luego se sentó en el sofá y quedó en silencio.
María había ido poco a poco. Tras estar un rato dando gemiditos de gozo pasado, se fue incorporando hasta quedar en pié, donde se puso las bragas y bajó de nuevo el vestido.  Luego se hizo un moño sujetando una horquilla entre los labios, se la colocó para sostener el improvisado peinado, cogió la escopeta, se asomó entre las tablas para comprobar que todo seguía en orden y se sentó de nuevo en la butaca.
Hubo un incómodo rato de silencio. Durante ese tiempo a Sara le había dado tiempo a recuperar parte de su gallardía de candidata a señora primera de la casa. Pero se sentía algo intimidada; hizo votos internos, no obstante, de seguir adelante con su plan.
María la miró con mirada de desprecio, de abajo arriba; rompiendo el silencio.
“Esperemos no haber despertado a Jaime. No quiero ni pensar qué opinaría de que la nueva perra se dedicara a distraer a la señora de la casa en horas de vigilancia”
Sara la miró entornando los ojos, analizando lo que había dicho, no pensaba amedrentarse.
“Tal vez debiera saber que su madre es solo una puerca que necesita correrse para sentirse importante. No me extraña que algún día te sorprendamos con un caminante entre las piernas. Yo sería la primera en clavarte un machete entre las cejas”
“Querida Sarita. A mí ya me comían el coño cuando tú ni siquiera habías nacido. Ahora mismo podría dispararte con esta escopeta, cualquier cosa que le diga a Jaime le valdría, pues solo me necesita a mí”
“Cuidado con lo que dice, señora. Pues cada día que pasa es menos útil aquí, siga envejeciendo mientras se sienta joven y viva, pero las comparaciones siempre serán lamentables para ti”
“Puta”
“Vieja”
“¡Comecoños!”
“Y tú bien que lo has disfrutado”
De nuevo el silencio, miradas de odio. María analizó posibilidades de matarla de un disparo, hasta la encañonó desde su sillón. Sara no cesó de sonreír y sacar la lengua mientras lo hacía, segura de que no tendría agallas de dispararle.
“Pero María, no te engañes. No tienes porque sentirte desplazada por mí, eso es solo algo natural como la vida misma. Yo podré consolarte como acabo de hacer, vea en mí una aliada, una amiga. Necesitará alguien con quien consolarse cuando su hijo no le busque.”
“Eso jamás ocurrirá”
Sara rió enérgicamente.
“¿Nunca?, ¿en serio lo dice?, ¿usted se ha visto?, ¿Por cuánto tiempo cree que su cuerpo será mínimamente apetecible?. Yo le aseguro placer hasta el final, pero solo si usted se aparta hacia un lado y sabe admitir su sino de sirvienta de su hijo y de la dama de esta casa, es decir yo. Debe mirarlo de la forma más buena para usted. Yo seré su aliada, no su enemiga. Solo deje que la naturaleza fluya, que lo lógico ocurra, y yo me encargaré de que nunca se sienta necesitada”
María sintió deseos de entregarse, de decir que sí sin condiciones, en el fondo aquella chica la maravillaba, tal vez tanto o más que a su hijo, aunque luchaba por odiarla sabía que Sara llevaba razón. Ella cada vez sería menos útil a su hijo en aquel mundo, ¿Cuánto podría seguir así?, cuatro o cinco años a lo sumo. A los sesenta y poco solo será alguien a quien mantener sin que pudiera dar nada a cambio; ni sexo de calidad ni fuerzas para trabajar en la casa y el campo. Aquella chica le ofrecía, al fin y al cabo, algo más que razonable. Si no lo aceptaba tal vez esa oferta no llegase más adelante. La muy puta tenía las mangas llenas de ases, se sentía derrotada, pero tendría que sacar fuerzas; todavía no pensaba rendirse. No tan fácilmente.
“Eres solo una cría que se cree alguien. En esta casa había rangos y ellos permanecerán intactos. Recuerda que si quieres seguir aquí tendrás que trabajar más que nadie, si dejas de ser útil tendrás que irte, o más bien morir, ya que Jaime no dejará que ningún vivo se vaya conociendo nuestro escondite. Así que más te vale dejar las películas que te montas en esa cabeza. Sigue ofreciendo tu lengua, sigue poniendo el culo a mi hijo y sigue trabajando todo lo que puedas, en caso contrario solo servirás para morir. Nunca lo olvides”
“Me alegra saber su opinión al respecto. El saber su respuesta a mi oferta deja todo más claro y fácil para mí”
“Seguiré buscando a mi hijo y él me seguirá buscando a mí. Que quede bien claro, yo soy la primera señora de la casa y la primera amante del macho que la protege. Tú, como mucho, solo eres una putita a prueba, por parte de los dos”
María notó el cambio de luz provocado al ocultarse el sol tras las montañas del oeste. Se incorporó altanera y orgullosa.
“Es hora de despertar a Jaime”
Entonces escucharon el ruido lejano de un helicóptero. María hizo señas a Sara para que no se moviera y comprobó que todas las velas de la casa estuvieran apagadas.
“¡La ropa!”
Se apresuró a recoger la ropa y ocultarla en el interior de la casa. El helicóptero se escuchaba cada vez más cercano. Sara no entendía nada.
“Pero igual vienen buscando supervivientes, tal vez puedan ayudarnos”
Jaime apareció escaleras abajo, visiblemente asustado y alterado. Había escuchado lo que Sara había dicho.
“No podemos fiarnos de los vivos. Ese helicóptero no puede ver nada que le indique que aquí hay personas, ¡que nadie se mueva!”
Escopeta en mano se asomó entre las tablas de la antigua cristalera del salón. El ruido empezaba a ser muy fuerte y un rayo de luz apareció entre las montañas.
El atardecer avanzaba y aquella luz merodeó sobre la colina y la casa durante unos instantes, antes de posarse en mitad de la cuesta más suave de la colina.
Jaime dio una pistola cargada a cada mujer y les ordenó que estuvieran alerta y atentas a sus órdenes.
Colocó el cañón de la escopeta sobre las tablas, apuntando sin perder de vista el helicóptero.
Pasados unos instantes bajaron tres hombres de él, pudo ver que el piloto quedó en su posición, con el helicóptero todavía en marcha.
Los tres armados, mirando intensamente la casa.
Jaime disparó y abatió a uno de ellos. Los otros corrieron a esconderse. Uno echó cuerpo al suelo, protegiéndose entre las hierbas, disparando hacia la casa. El otro se fue hacia la parte de atrás.
Jaime las llamó a las dos.
“Uno está allí, tumbado en mitad de la colina, disparando. No dejar de dispararle. Olvidaros del helicóptero, necesito que ese no se levante”.
Fue hacía arriba y buscó cuidadosamente al otro. Pudo verlo entrando en el huerto, desde la ventana de la habitación de su madre.
“¡Maldita sea!”
Bajó de nuevo, su cabeza daba vueltas buscando un plan.
“¡Dejad de disparar!”
Cogió a Sara y a su madre y las llevó al centro del salón.
“Este es el plan. Mamá tu vas a esconderte en el sótano. Preparada con la escopeta llena. Sara tú vas a salir con las manos en alto. Diles que vives aquí atrincherada desde el suceso. Ellos entrarán y yo les tendré preparada una calurosa bienvenida”
Ella estaba dispuesta a salir cuando Jaime se asomó a la ventana del salón. Pero su cara se ensombreció.
Los dos supervivientes corrieron hasta meterse en el helicóptero, el cual levantó el vuelo hasta perderse de nuevo tras las montañas.
Jaime se sentó pensativo hasta que el traqueteo cesó. María salió del sótano. Ella y Sara se sentaron en silencio junto a él. Se sentían débiles, altamente dependientes de su macho.
Éste levantó la cabeza, preocupado y decidido.
“Tenemos que abandonar la casa”

domingo, 11 de noviembre de 2012

Relato nº 12: Apocalipsis, parte 3.

Bajó los cadáveres al salón. María se sobresaltó emitiendo un quejido trágico.
“¿Te has vuelto loco?. ¿Qué iban a hacerte?. Estaban desnudos y desarmados por el amor de Dios”.
Jaime los arrinconó en una esquina ante la puerta de salida. Se secó el sudor provocado por el  esfuerzo y miró el reguero de sangre dejado por sus cabezas agujereadas. Había pasado una media hora desde que se encerrara con ellos en la habitación de su madre.
“Limpia la sangre”
María se acercó con un gesto teatral, que intentaba transmitir incredulidad con un atisbo de desesperación.
“¿Me has oído?, ¿por qué los has matado? , ¿acaso ahora matamos también a seres humanos?”
“¡Por lo que yo sé han invadido nuestra propiedad y estaban violándote!”
La mirada furiosa que le dedicó a su madre la aplacó al instante.
“Pero….”
“¿Pero?, ¿acaso ahora hay peros?. Deberían darte más miedo los vivos que los muertos. ¿Es que no te enteras de nada?. Seguramente pensaban matarte cuando se hubieran desahogado, no iban a correr el mínimo riesgo por ti, y robar todo lo que tenemos antes de salir corriendo. Todo lo que me ha costado reunir para tenernos a salvo. No ha habido un viaje en el que no haya puesto en peligro mi vida para salvar la tuya. ¿Y así me lo agradeces?. ¡Aquí mando yo!, si no te gusta mi forma de sobrevivir puedes marcharte cuando quieras, pero no vuelvas más”.
Señaló la puerta y se quedó mirándola fijamente.
“Lo que quería decir es….”
“Vi como disfrutabas, vi tu deseo. ¿En qué puñetas te estás convirtiendo?. Que nunca se te olvide que de lo único que se trata es de sobrevivir. Yo solo me fio de mí; si me das motivos para desconfiar ni el ser mi madre te va a librar de alguna de mis balas. Si te quedas bajo el techo que he creado poniendo mi vida en juego será con mis normas. Jugar a la puta zorra enviada de Dios es muy bonito. Pero la realidad está ahí fuera, la muerte y la destrucción nos acecha cada segundo que seguimos vivos, y cada vez nos come un centímetro más de terreno. Esos no venían a proponer consignas de haz el amor en lugar de la guerra. Vinieron a violarte, robarnos y quemar la casa. Lo único es que encontraron a una mujer deseosa de ser violada. Y eso me plantea dudas, tendré que pensar mucho en ello”
María lloró y se abrazó a su hijo. Él no devolvió su abrazo. La apartó con un pequeño empujón y sacó los cadáveres fuera. Antes de ir a la zona de detrás de la casa para quemarlos  se dirigió de nuevo a su madre.
“Ahora limpia tu habitación, la escalera y el rellano. Está todo lleno de sangre”
María quería explicarse, quería decir que tiró el bote de pintura aterrada cuando los vio llegar con aquel ruido ensordecedor de sus motos. Que no tuvo tiempo de esconderse. Mientras ellos bebían el whisky ella lloraba agazapada en un rincón, temerosa de haber fallado a su hijo. Quería explicarle que le dijeron que si no colaboraba la matarían. Les dijo que estaba sola, que vivía allí desde el suceso y que sobrevivía como podía. Ellos iban a violarla y a llevársela para poder tener una hembra más a la que atacar en sus largas noches de borrachera y excesos. Quiso explicarle que los sedujo, que planteó todo para ganar tiempo, mientras pensaba un plan que nunca llegó a su mente. Que lo único en que pensó fue en sobrevivir, y para eso tuvo que mover el culo, lamer barrigas sebosas y mamar aquellas pequeñas pollas que tan poco aguante y fuerza tenían.
Pero no pudo decirle nada, porque se lo impedía  la culpa de haber disfrutado, de haberse sentido a gusto desnuda entre aquellos peligrosos hombres.
Mientras limpiaba lloró, temerosa de haber defraudado a su hijo, a su macho, a su protector. Él, una vez más, había cumplido con su cometido de tenerla a salvo. Cada día que pasaba le quedaban pocas dudas de que Jaime lo conseguiría. Ella solo tenía que ser una buena madre, una buena compañera, era todo en cuanto debía concentrarse. Y, por el Dios que en ese momento la observaba, que deseaba hacerlo. Que gozaba siendo generosa con él. Y por ese mismo Dios que se cayera muerta en ese instante si las bragas mojadas que tenía no era provocado por la autoridad firme de su hijo.
Mientras el fuego consumía lo que quedaba de los únicos seres humanos a los que había visto desde el suceso, descontando a su madre, Jaime paseó colina abajo poniendo en orden la información dada por aquellos visitantes fugaces.
Hablaron con poca claridad, pero hablaron. Les dio credibilidad, tan seguro estaba de ello como de que habían intentado liarle con informaciones difusas. Lo único que sacó en claro es que había un pequeño asentamiento humano no muy lejos de allí. A unas tres horas a pie entre la zona más inaccesible de las montañas, en dirección este. Eso significaba medio día en moto, el que habían echado en una supuesta batida en búsqueda de víveres hasta dar con su casa.
Habían muerto jurando que nunca quisieron hacer daño a su madre, que ella les sedujo, que estaban muy necesitados y no perdieron la oportunidad de estar con una mujer.  Le habían hablado del asentamiento y le habían invitado a unirse a ellos.
Eran pocos según dijeron, dos hombres más y las hijas de uno de ellos. Habían logrado tener una pequeña sociedad. Las jóvenes eran hijas del jefe y nadie se atrevía a tocarlas. Ellos eran solo unos esbirros. Pero su jefe era bondadoso y cuidaba espiritualmente de ellos.
Sentía que habían incurrido en algunas contradicciones, pero la idea de un asentamiento no muy lejano pareció quedar clara.
Encontró las motos donde le dijeron. Escondidas en el frondoso bosque. Dos Harley Davidson en aparente muy buen estado. Las llevó una por una hasta su casa y las escondió en el sótano. Antes les extrajo la gasolina y las guardó en bidones.
“Voy a ir en busca de la pista que me dieron”
Su madre se detuvo en mitad del fregado de los platos tras la cena. Jaime bebía de su botella de whisky. Ella se giró, las manos impregnadas de jabón y la cara marcada de pánico.
“¿No les habrás creído verdad?”
“No en todo. Pero creo que el asentamiento es cierto. Voy a ir entre las montañas. Partiré al amanecer. Si está en un radio de tres horas subiendo por allí arriba, es posible que lo encuentre en un día, dos a lo sumo”
María dejó las labores y se sentó en el sofá, anonadada. Pensando en decir algo, pero le miró en silencio, profundamente preocupada.
“No pienso dejarme ver. Iré a espiar. Algo me dice que allí no hay nada bueno. Por eso mismo quiero ir, está lo suficientemente cerca para que pueda suponernos un problema serio,…. Como ha estado a punto de ocurrir de hecho”
“No sabes a lo que vas a enfrentarte hijo mío. Por favor no vayas, ya ha pasado el peligro. Tú mismo me has dicho varias veces que esta casa está perfectamente escondida entre las montañas. Ahora necesitas relajarte, ha sido un día muy duro. Deja que yo me encargue, tú solo ponte cómodo y disfruta mi amor, mi señor.”
Se arrodilló frente e él y le acarició el paquete, enseguida se le puso enorme. Sonriente, bondadosa, desabrochó la bragueta de botones de su pantalón de pana marrón. La polla emergió imperiosa. Jaime estaba tan enfadado como necesitado, le vendría bien una buena mamada. Tuvo tentaciones de quitarla de una patada, pero le dejó hacer.
María tenía las manos húmedas del fregado, pero enseguida se acopló bien en la paja inicial. Empezó a darle lametones de abajo arriba, lentos y sensuales, mientras no dejaba de mirar a su hijo de forma sumisa y generosa. Atrás se insinuaban sus caderas y trasero, bajo el vestido. Desde la otra zona del salón debería verse su amplio culo con alguna de sus bragas aparentemente mojadas.
Bajó todo el pellejo hasta quedar su capullo libre. Entonces lo lamió, pasando insistentemente la lengua por donde debería salir un regalo en forma de semen cálido, confortable y apremiante del buen trabajo. Le supo salado, con olor a pis, no se había lavado y se notaba.
Pero eso le gustó, se sintió doblemente dichosa, además de relajarle, también iba  a asear a su hijo.
La mamada no tardó en llegar. Tras lamerle los huevos mientras le masturbaba fuerte, y recrearse mirando el potente paquete de su hijo, María la engulló. Su boca la recorría casi entera, en cada bajaba intentaba llegar más lejos, provocándole arcadas que culminaba en separar la boca muy abierta, dejando caer saliva espesa sobre el capullo mientras gemía susurrante.
Antes de correrse le agarró la cabeza y la estrujó contra su polla. Ella permaneció inmóvil mientras el semen salía a raudales directamente en su garganta. Se la metió entera hasta más allá de la campanilla, provocando un vómito incontrolable, el cual tragó en parte, junto a su semen, saliendo el resto por la comisura de los labios.
Cuando la soltó cayó sentada en el suelo, vomitando más por el asco de haberse tragado gran parte de su propio vómito. Jadeante le dio las gracias por el semen.
“Mírate, das asco”.
“Lo sé hijo, pero ha sido un acto necesario, mil gracias por darme el semen mi señor”.
Jaime siguió bebiendo, su madre llegó, ya aseada y se sentó en su butacón frente a él.
Jaime le habló como si no hubiera pasado nada, continuando con la conversación anterior a la puerca mamada.
“Conozco bien estas montañas. Hay muchos bosques salpicados de colinas así, y picos inaccesibles. Algo me dice que están muy arriba, en alguna casa abandonada, tal vez en algo mucho mejor”
“¿Cómo la estación de esquí?”
“No creo, si no me engañaron en las distancias, esa queda mucho más lejos”
Su madre se levantó y se sentó en sus rodillas. Quiso besarle en los labios, su coño permanecía muy mojado. Jaime se apartó y se levantó bruscamente.
“Voy a dormir, partiré al amanecer. Tendrás que hacer el esfuerzo de no dormir hasta que llegue. El mío será exponerme de nuevo en busca de nuestra seguridad. De tu seguridad…”
Ella añadió algo más.
“¿Y los caminantes?”
“Caminando por allí arriba veré a pocos”
El equipaje era tétrico y completo. Nada de ropas. Su escopeta, dos pistolas y su machete. Balas suficientes, algo de comida, agua a racionalizar y lo más importante, una de las botellas de whisky. A pesar de empezar a apretar el calor, en la cima de las montañas parecía que aun perduraba el invierno, zonas semidesérticas a más de dos mil metros de altitud, con nieve acumulada en las partes más húmedas, resistiendo su salida ladera abajo.
Pasó por caserones abandonados, huertos quemados y poblados derruidos vistos desde lejos. Atento a señales de humo, si estaban tan arriba necesitarían fuego para casi todo. Atento a posible vida humana.  Pero ni siquiera veía vida de caminante. Tenía ganas de ver a uno aunque fuera, echaba de menos estrujar sesos con su machete.
Agradeció su buena forma física a pesar del camino agotador. Subió a lo alto de la montaña más alta de la zona, casi a tres mil metros. La cima tras la que se veía salir el sol desde su casa. Agudizó la vista y no vio absolutamente nada. Su colina se camuflaba entre otras tantas y la espesura de los bosques próximos. Intentaba ver su casa y solo veía paisaje de montañas. Le resultó curioso al comparar lo cercana y clara que se ve aquella cima desde la puerta principal de su hogar.
Esta cima es como la luna, pensó. Tan cercana y tan lejos.
El sol se dirigía hacia el oeste, sin duda habían pasado unas seis horas desde que cogió el rumbo. Calculó que habiendo seguido un camino a menor altitud, podría haber empleado unas tres horas en llegar a aquella zona. Estaba, pues en el punto desde el cual podría distinguir el asentamiento en cualquier momento. Todo estaba preparado, pasaría allí la noche. La vista panorámica era total, y cualquier luz, cualquier fuego no muy lejano debería poder divisarse desde allí. Además, allí se sentía liberado de caminantes, aunque nunca convenía bajar la guardia.
Cuando la botella de whisky llegó a la mitad y sus músculos y huesos habían sucumbido a su calor, agazapado entre sus ropas y sin haber apenas comido, Morfeo invadió su vigilia. Las estrellas tiritaban sobre su cabeza y el horizonte no le dio ninguna pista.
Al poco de quedar dormido soñó con una voz de mujer, joven mujer. Que cantaba una melódica canción. Aquella mujer le miró, sus cabellos de oro sedoso otorgaban una cara angelical, cantando con una dulce media sonrisa. Pero su voz se tornó chillona, de sus cabellos corrieron desesperadas culebras negras y la canción culminó a gritos desesperados……
“Socorrooooooooooooooooo”
Se despertó como un resorte. Su respiración era muy agitada. Todo parecía haber sido un sueño. Hasta que volvió a oírlo.
“Socorroooooooooooooooo”.
Rápidamente se puso en pié, recordó el suspiro similar que sintió en su nuca aquel día arreglando el tejado. Lo achacó a las montañas y su locura, justo lo sintió llegar de aquella montaña. Ahora lo pudo escuchar alto y claro, aquella mujer no estaba muy lejos de allí.
Decidió tomárselo con calma. Ni dar voces, ni encender la linterna ni dar un paso en falso.  Necesitaba pensar, sacar conclusiones, encontrar las piedras más seguras para cruzar el río. Probablemente esa chica estuviera sola y encerrada en algún sitio, en caso contrario no estaría pidiendo auxilio. Lo más lógico era pensar que otros seres humanos la tenían encerrada por algún motivo, en una prisión improvisada cercana a la cima más alta de la zona. Pesando en frío no era mal lugar para ello. Probablemente estuviera mucho tiempo sola, y aprovechaba para gritar confiando en que alguien la oyera. Sin duda esos gritos no lo habían oído los que la tenían allí, ya que en caso contrario se habrían encargado de que no los diera más; con lo que llegó a la conclusión que sus captores estarían lejos.
¿Serían sus captores aquellos dos hombres que mató?. ¿O bien el supuesto cabecilla del supuesto asentamiento del que hablaron?.  Cabía la posibilidad de que no tuviera nada que ver con ellos, cosa que dudaba. Pero tal vez fuera presa de otras personas o bien una mujer sola que había quedado aislada en algún lugar, y que no se atrevía a salir. Esa última idea también la descartó, no tenía sentido querer hacer ver que estaba allí en ese caso.
De todas las posibilidades la más lógica era que era retenida en contra de su voluntad. Y que los que allí la tenían estaban lejos en ese momento.
Esperó paciente y preparado que de nuevo pidiese auxilio. De noche poco más podría hacer. Pero nada, solo se escuchaba el silencio del planeta agonizante.
“Socorrooooooooooooooooooooo”
Trastabilló y cayó, juraría que no se había quedado dormido, pero aquello de nuevo le despertó. El Sol rallaba el horizonte y el frío se hacía insoportable.
“Socorrooooooooooooooooooooo”.
Parecía provenir del norte, montaña abajo. Bebió dos tragos largos para entrar en calor y caminó despacio en esa dirección. El amanecer le fue abriendo colores para que pudiera ir viendo mejor. Solo rocas, hierbas marcianas y nieve…. Más abajo empezaban los árboles.
Los árboles le dieron la bienvenida y le tragaron, aquella zona, aunque no muy lejos de la cima, empezaba a ser más peligrosa. Agudizó los sentidos y avanzó esperando oír de nuevo la señal de socorro, muy atento a todo.
Escuchó un crujido y se detuvo en seco. Interpretando en el aire que soplaba en sus oídos todo lo que podía. Desde la supuesta dirección del crujido no veía nada, el viento podría haberle traicionado. Quedó quieto, respirando, escuchando, sintiendo…..
Otro crujido, esta vez más cercano, justo tras de él.  Se giró rápido.
Allí estaba.
Un caminante se acercaba. Notaba algo extraño en él pero no supo bien qué era. Se fue hacia él y le atravesó el cerebro con el machete, entrando a través del ojo derecho.
Chas, cayó fulminado. Recogió el machete y lo limpio. Rápidamente cayó en la cuenta de lo que le había resultado extraño, aquel caminante no emitía ningún ruido. Se había aproximado a él de forma sigilosa, siendo descubierto solo por el crujir de alguna rama que pisó. Además, había necesitado más fuerza de la habitual para atravesarle el cráneo
Se le erizó la piel. Se acercó al caminante y lo analizó. Abrió su boca, todo estaba perfecto.
¡Había matado a un humano!. Su aspecto desgarrado y sucio le había hecho dudar. Miró sus pupilas y metió la mano en su boca. Juraría que estaba drogado. Siguió analizándolo, un pie dislocado….. tenía todo lo que un ser humano necesitaría para parecer un caminante.
Qué extraño. No sabía qué conclusión sacar de todo aquello, se sentó apoyando la espalda en un tronco. Bebió algo, pensativo. Entonces vio la cabaña.
Se encontraba clavada a dos árboles cercanos, hecha de tablas y toda suerte de maderas, bien escondida entre la arboleda, cerca de la cima.
La rodeó, solo una puerta, bien cerrada con un candado. No había ventanas y como pudo se asomó entre una de las rendijas que dejaban las tablas. Unos ojos espantados le devolvieron la mirada. Retrocedió, trastabilló y cayó de espaldas, rodando unos metros hasta chocar contra un árbol.
¿Era un caminante?, no. Esos ojos no eran de caminante.
Se aproximó de nuevo.
“¿Hola?. ¿Quién eres?”.
Un silencio espeso, demasiado largo, se adueñó del instante. El viento domaba la copa de los árboles, el extraño silencio de los bosques post apocalípticos, sin el cantar de los pájaros.
Una tímida voz calló al silencio.
“Le has matado”.
Jaime miró a la persona que acababa de matar, al humano que parecía caminante.
“¿A él?”.
Lo señaló, colina abajo. Se dio cuenta de lo absurdo de la situación. ¿A quién se lo señalaba?.
“A mi guardián”.
Su voz sonaba débil, sin fuerza, o tal vez con un tono captado del cautiverio, robado de la soledad.
“¿Te tenía aquí sola?”.
“Sí, cuidaba de mí. Me apartaba de los caminantes, aquí me siento segura. Tú me das miedo”.
“No debes temerme. Soy de los buenos de esta película. Dudo que tu guardián lo fuese, no te tendría aquí encerrada”
“Llevo tanto tiempo aquí que ya formo parte de esto. Estas tablas no existirían sin mí, este bosque no callaría si mis oídos no oyeran la nada. Antes no era así, antes el cantar de los pájaros me despertaban al alba y el husmear de los lobos me asustaba en la madrugada. Ahora ni pájaros ni lobos. Un día mi guardián me dijo que todo se acababa. Me trajo uno para que lo viera, para que me sintiera dichosa de estar aquí, protegida”
Su voz iba ganando fuerzas, era joven y decidida, joven y atemorizada, joven y apaciguada, joven y entregada.
“¿Cuánto tiempo llevas aquí?.
De nuevo otro silencio, de nuevo el viento en los árboles.
“Un año, dos, qué más da. En cualquier caso demasiado tiempo”
“¿Él te tenía aquí?”.
“Sí, desde que me abordó a la salida del instituto aquel día. He acabado siendo su amante, su confidente. Había días que no venía. Pero hoy estaba preparada”
“¿Preparada para qué?”.
“Para fugarme. Vino a follarme otra vez, aproveché para atacarle, lo dejé herido. Después salió y anduvo un rato por los alrededores. Hasta que te vio”
“Pensé que era uno de ellos”.
“Hiciste bien en matarle, te hubiera matado”.
Jaime puso cara extrañada.
“Soy Jaime. ¿Me dejas rescatarte?”.
“Sara, encantada Jaime. Sara Toscano”.
Ese nombre…. Enseguida cayó. Haría más de un año se hizo famosa por su desaparición sin dejar rastro. La policía llevaba meses buscándola en el momento en el que se produjo el suceso. La daban por muerta, otra joven más violada y asesinada.
“Te conozco. Tus padres te buscaron hasta la saciedad, toda la ciudad se volcó en ayudar a la policía. ¿Llevas aquí todo el tiempo?”
Sus sollozos ahogaron las palabras. Jaime partió el candado, al abrirse la puerta la contempló. Estaba agazapada en un rincón, llorando amargamente. Sucia y con las ropas desgarradas, medio tapada con una manta apulgarada. Un cuenco con agua y fruta putrefacta llena de moscas en la esquina contraria a donde se recogía para llorar.
Jaime la sacó y la abrazó. Olía a diablos y su pelo, posiblemente moreno, acumulaba una especie de costra marrón.
“Dios, pensaba que eras uno de ellos. Pensé que ibas a violarme”
“No, ya está, ya está. Has caído en buenas manos. ¿Quiénes son ellos?”.
“Los trae y me violan. Dice que vive con ellos, él me ofrece a mí y ellos le acogen en su granja. Tenían esa especie de trato.”
Ella se agitó y miró asustada en dirección de la frondosidad.
“Tenemos que irnos, pueden venir”.
 Corrieron hasta llegar de nuevo a la cima. Desde allí anduvieron camino de la casa de Jaime. Él le contó que vivía con su madre, que tenían una casa bien protegida con mucha munición y comida. Que mató a dos motoristas que se acostaban con su madre. Ella los reconoció como dos de sus violadores. Él le dijo que no tenía nada más que temer, que viviría con ellos. Que ayudaría en las labores del hogar y de vigilancia. Que le vendría bien a su madre para cuando él saliese a buscar más necesidades.
Ella le dijo que tenía diecisiete años, tal vez dieciocho. Que colaboraría en lo posible. Que le ayudaría a llevar mejor el día a día. Sus lágrimas eran sinceras. Su rostro marcaba el dolor en cada arruga de suciedad. Sus ojos no engañaban, estaba llena de vida y juventud.
Había rescatado a Sara, la famosa chica desaparecida. La decisión estaba tomada, su familia acababa de crecer. Su escondite albergaría un nuevo miembro.
Su madre estaba pelando una patata cuidadosamente, mientras cocía la cáscara que iba desprendiendo. Cuando vio a su hijo y  a aquella chica entrar se quedó de piedra. En posición defensiva, como el animal que espera el ataque inminente de un depredador.
Jaime le hizo señas para que se sentara.
“Ella es Sara, Sara toscano”.
La mirada de María se alteró, sin duda la había recordado. Fue a decir algo pero se detuvo en el instante de abrir la boca. Respiró y preguntó algo que no tenía nada que ver con lo que pretendía decir.
“¿Se puede saber qué hace aquí?”
 “Alégrate pues tu Dios estará orgulloso. La he salvado, estaba encerrada en una cabaña de mala muerte, en el bosque arriba de la montaña. Llevaba más de un año. He decidido que a partir de ahora vivirá con nosotros. Así que deberás tratarla como a una hija más. Ella te ayudará en las labores del hogar y hará que nuestros turnos de vigilancia sean más cómodos. Gracias a ella mejorará nuestra calidad de vida y tendremos más fácil el sobrevivir”.
“Pero……”
“No hay peros. Prepárale un baño calentando agua del pozo. Y saca una pastilla de jabón nueva para ella sola, falta le hace”
“Si señor”.
María fue arriba y Sara miró extrañada a Jaime.
“¿Señor?”
Jaime le contó toda la historia con su madre. Su locura, la locura de ambos, el cómo había pedido perdón a Dios. Su relación, sus encuentros sexuales. El cómo ella había aceptado su destino de satisfacer al que llamaba macho de la casa, amo del hogar, protector de sus vidas.
“Esto es el fin del mundo Sara. Formamos parte del pequeño grupo de seres humanos que nos ha tocado vivirlo. Se trata de sobrevivir. Es curioso, pero tu cautiverio te ha salvado la vida. Si nunca te hubieran secuestrado tal vez ahora estarías muerta, o lo que es peor, muerta en vida”
Sara suspiró y miró la estancia inferior del hogar.
“Esto parece confortable”.
“Lo es, aquí estaremos bien. Ahora ve arriba y date un baño. Te prepararé una cama al lado de la mía en mi habitación. La subiré, pues guardamos algunas en el sótano. Pondré un camisón de mi madre sobre ella. Mi madre te indicará dónde está la habitación. Tras el baño, ve a vestirte y baja a cenar; luego  duerme, descansa. A partir de mañana te espera una vida nueva, empezaré por enseñarte a disparar”.
Jaime y María esperaban en la mesa a que Sara bajase para la cena. Unos pies descalzos se deslizaron escaleras abajo. Jaime recorrió el cuerpo de abajo arriba. Su boca se fue abriendo poco a poco al ir descubriéndola.
Sara, percibida como una Diosa en un mundo apartado de Dios. Como una ilusión en mitad de la sinrazón, como un suspiro en mitad del océano. Sus bellas piernas, de muslos prietos, agitados al unísono bajo la estrecha bata de su madre. Sus caderas vistiéndola perfecta, disimulando la ligera imperfercción de la marca de caderas amplias y trasero regordete de su madre, y que la misma bata consiguió amoldar. Rondaría el metro sesenta y poco, y en torno a unos sesenta quilos, que la hacían inmortal al hambre que pudo haber pasado; como si el diablo le hubiese ofrecido conservar ese cuerpo a pesar de su espantoso cautiverio.
Sus pechos bailaban libres bajo el ropaje ajustado de la bata. Parecían amplios y acogedores, en su sitio.
“Pechos en su sitio, ummm, que de tiempo sin verlos”.
Su madre miró enfadada a la chica, miró confundida a su hijo. María se sintió desplazada, agredida en su propia casa.
“Gracias guapo”
Dijo Sara justo al sentarse. Su pelo moreno, bello, brillaba suelto cayendo sobre el abultamiento de sus ubres jóvenes. Sus ojos negros, amplios, expresivos y simpáticos. Con aquella mirada de aterrada esperanza que vio a través de las tablas de su cabaña. Nariz algo chata, labios sugerentes y rojos.
“En serio, ¿has hecho un pacto con el Diablo?, parece que vienes de una sesión de belleza en lugar de meses de sufrimiento”.
“Bueno, siempre tuve la ilusión de que un hombre bueno, como tú, me salvase”.
Sonrió gustosa y Jaime se consideró la persona más dichosa del mundo que no era mundo. Del universo con fin.
La seriedad de su madre durante la cena no le extrañó. Decidió que le gustaba la situación, sabía que tendría a esa chica abierta de patas cuando quisiese, y que sería mejor amante que su madre. Es ideal, una para cada cosa. ¿O no?, la idea de tener dos hembras a su servicio le empalmó infinitamente, le excitó tanto que su ego se convirtió en una planta enredadera que abarcaba todo el mundo, haciéndolo suyo.
La joven y la madura. Diez y muchos y cincuenta y tantos. Su casa más limpia, todo más ordenado, los tres más seguros. Él más satisfecho. Decidió que era bueno que compitieran. No pensaba en dejar de lado a su madre; además, ¡qué demonios!, le gustaba la cama de su madre; experimentada y muy guarra. Y, ¡qué cojones!, le gustaba follarla y pensar que lo hacía con su madre. A quien engañar….
Tendría que ser más autoritario, con dos gallinas en el corral el gallo precisaría de más presencia y decisión.
“Mamá. Tú esta noche vigilarás hasta el alba. Sara necesita descansar y yo estoy agotado de mi expedición. Cuando ralle el sol, te sustituiré”.
“Vale hijo, he pensado que tal vez podrías habilitarle a Sara la habitación del fondo, para que tenga intimidad…”
“¡No!, la habitación del fondo seguirá haciendo de almacén”
“pero para eso tenemos el sótano”
“Agradezco, querida madre, tus puntos de vista, sin duda todos van orientados en la comodidad de nuestra incipiente comunidad de tres. Pero no podemos tener todo en el mismo sitio, al menos no mientras sea posible. Sara dormirá en mi habitación, en la cama que con tanto esfuerzo he colocado junto a la mía. Hay espacio suficiente.”
“Si es lo que deseas… cariño…… He pensado que podrías subir un instante conmigo a mi habitación mientras Sara recoge las cosas de la cena…….”
Se abrió de piernas para que pudiera verle su sexo depilado, tal y como él había pedido que lo tuviera, de forma que Sara no lo viese.  Jaime se puso muy caliente, pero decidió que no”.
“Recoge tú. Sara y yo subiremos. Le contaré todo lo que es el día a día aquí y luego dormiremos.”
“Vale cariño, como desees”
Dócil, aunque su cara decía lo contario. Su madre seguía ganando puntos, pensó, no obstante.
En cuanto cerró la puerta tras de sí, Sara se despojó de la bata. Se quedó mirándolo en silencio, hablando con la mirada. Jaime se sentó en el borde de la cama y la atrajo ofreciéndole la mano. Sus pechos eran mejores aun de lo que parecían. Proporcionados, simétricos, amplios y regordetes, bien puestos. Con pezones grandes y aureola rosada, algo oscura tal vez. Simplemente era muy bella. Una Diosa de carne y hueso a la que aferrarse en aquellos momentos.
“¿A qué se debe el honor de poder contemplarte desnuda?”
“El honor es mío de poder haber sido rescatada. Ahora soy tuya y siempre lo seré. Nunca podría compensarte el que me hayas salvado de un infierno, y que me hayas ofrecido un hogar y una seguridad. Quiero asegurarme que sabes entender mi gratitud, para que no haya malentendidos a partir de mañana”.
Dicho esto se colocó de rodillas sobre la cama, andando a gatas hasta quedar perfectamente cuadrada con la cabeza a la altura de la almohada. Permaneciendo a cuatro patas, con las rodillas bien clavadas y algo separadas, manteniendo alto el trasero.
Ofreciéndose.
Jaime la contempló. El sexo tenía pelos, pero no tantos, sin duda mantenido al gusto de su captor; mal afeitado, eso sí. Pero aun así bello, ni grande ni pequeño, muy rojo y llamativo visto desde atrás, justo bajo su ano limpio.
La pose le daba más dignidad que sumisión, el estar a cuatro patas siempre separó a las mujeres en dos grupos: las que posan con dignidad y las que posan sumisas. Su madre pertenecía al segundo grupo, pero Sara, sin duda, al primero.
No estaba de más que el gallo tuviera a una gallina de cada tipo en el corral.
Sus muslos firmes, desembocando en un  no menos firme trasero, el cual permanecía arriba, esperándole.
Se desnudó y se colocó detrás. Le agarró las nalgas duras, cuando Sara esperaba recibir un pollazo algo húmedo le sorprendió. La lengua de Jaime recorrió su sexo. Sara no lo esperaba y gimió con cálida sinceridad, dejándose caer hacia adelante. Jaime permaneció lamiéndole, recibiendo flujos vaginales, mientras Sara gemía y gemía.
María, desde abajo, escuchó los gemidos. Su cara se ensombreció. Permanecía sentada, vigilante de la colina abajo, esperando aquello, esperando los gemidos. Llegaron antes de lo que imaginaba, y sintió punzadas de rabia en su estómago.
Él dejó de lamer y ella recuperó la dignidad a cuatro patas. Su polla le entró con suma facilidad. La habitación se llenó de colores de deseo, las paredes quedaron pintadas con la libido de la indescriptible sensación de haber introducido la polla en el coño de aquella espectacular joven.
Ella gemía, gustosa, amable, acompañando las embestidas. Como gimen las putas, pensó. Pero poco a poco fue venciéndose más hacia delante, gimiendo un poco más alto, acabando a chillidos quejosos.
María no podía concentrarse con el ruido, y subió a ver.
Abrió la puerta cuidadosamente, asomándose  sin que le vieran. La chica cabalgaba a su hijo, se fijó en sus pechos tersos botando con firmeza a la vez que sus caderas se clavaban sobre el paquete de Jaime. Se tocó las suyas, amplias y caídas. Se sintió menos mujer, sintió que el mundo se le caía encima, pero a la vez una rabia incontenida, y muchas fuerzas para luchar por su macho.
Ella se levantó y colocó a Jaime atravesado en la cama. Ahora se puso en cuclillas y se pinchó la polla, muy grande y a mil en ese momento. Ahora Sara quedaba de cara a la puerta. A María no le dio tiempo de apartarse para no ser descubierta, pues Sara ya le estaba mirando fijamente.
María quedó petrificada, sin dejar de mirarla, sin dejar de mirarlos. Ella empezó a dar saltitos, botando, mostrando una excelente forma física, con sus brazos colocados en jarra contra sus caderas; guardando bien el equilibrio. La visión de cómo la polla entraba en el coño era perfecta desde la posición de su madre.  Él le agarraba los pechos desde abajo, gimiendo como un oso. Ella sonreía mirando a su madre, gimiendo mucho. Los gemidos eran a todas luces falsos, pues no dejaba de sonreír a María. Cada poco le lanzaba besos; dejándole claro que ahora era ella la que marcaba al macho.
María no pudo evitar excitarse, no pudo evitar mojar las bragas. Cuando Jaime se corrió, Sara le comió todo el rabo hasta dejarlo bien limpio. Sara miró de nuevo a la puerta pero María ya no estaba allí.
No cruzaron palabras, se dieron un pico y Sara, sonriente, se fue a su cama. Jaime quedó pensativo sobre la suya, satisfecho, muy satisfecho.
Cuando se estaba quedando dormido le despertó unos suspiros. Le eran familiares, aquellos suspiros de su madre, algo lejanos, posiblemente provenientes del salón donde vigilaba.
El día amaneció precioso. El sol iluminaba alto, dando calor al entorno, cuando Sara bajó las escaleras. Hacía horas que Jaime le había dado el relevo a su madre. Quiso besarla, morrearla y darle algo de caña antes de que se fuera a dormir, pero ella no se dejó, se excusó por puro cansancio. Lo cierto es que se fue con una seriedad no habitual en ella, más propicia a seriedad triste en vez de enfadada.
Sara comió algo que le tenía preparado. Vestía con el camisón y unas zapatillas de Jaime que le quedaban algo grandes. Resplandecía igual que el día.
“tendremos que ir a buscarte ropa. Vendrás conmigo, a la ciudad. Saldremos en cuanto mi madre haya dormido una hora más. De camino matarás a todos los caminantes que nos encontremos, siempre en condiciones de seguridad. Algo me dice que no has matado nunca a ninguno”
Ella acabó de masticar.
“Llevas razón, pero no sé si podré hacerlo, me da un miedo atroz. Creo que lo mejor es que me quede aquí, ayudando a tu madre en las labores…..”
“Acabas acostumbrándote, descuida. Tienes que venir, debes aprender a usar el machete y las armas contra ellos. Lo haremos a la vuelta, antes tendremos que buscarte ropa. Lo primero es lo primero. Iremos a un centro comercial al que he ido bastantes veces. No será necesario llegar a la ciudad, está antes, cercano al campo de fútbol, colindante a la autopista de entrada. Nunca he tenido problemas allí, está precintado y jamás encontré caminantes dentro.”
“Lo conozco, iba al cine con mis amigas allí…..”
Lloró
“Eh, tranquila; la vida es dura, nada es como antes, pero debes centrarte en sobrevivir, no te puedes permitir llorar…. Créeme”
Levantó la cara, sus preciosos ojos estaban inundados de lágrimas.
“¿Me ayudarás a encontrar a mis padres?, ¿me llevarías a mi casa por si estuvieran allí?”
Jaime puso cara de incredulidad.
“¿Estás de broma?, nadie ha sobrevivido en la ciudad, si vas a tu casa posiblemente morirás, todo está infectado de caminantes; solo en reductos como este, o como el de tus captores, se puede sobrevivir. No has estado en la ciudad, esta tarde lo verás con tus propios ojos y me dirás si crees que quedan esperanzas para nadie”.
“Vivimos en una casa amplia, solitaria, en mitad de una urbanización de mansiones ricas. Mi padre era…. Mi padre es abogado, ganaba mucho dinero. Es posible que hayan podido atrincherarse allí, debo ir, siento que debo ir”
“Acábate el desayuno, despertaré a mi madre y saldremos. Si tenemos tiempo nos pasaremos, pero no me pondré en peligro por tus padres, que te quede claro. Te he acogido en mi hogar; la seguridad es lo único que me preocupa. Eres bienvenida pero no te confundas, eres prescindible, altamente prescindible. No consentiré que nos pongas en peligro”.
Encontraron varias prendas que le iban bien, tanto veraniegas como de invierno, y varios pares de zapatos.
Se les hizo tarde, Jaime prometió a Sara ir otro día a tantear la posibilidad de que sus padres estuvieran con vida, pero que debían irse para que no se les hiciera de noche por el camino.
 A la vuelta, ya al atardecer, dieron con un grupo de caminantes que deambulaban por el alcen de la carretera, unos quilómetros antes de llegar al camino que los meterían en la serranía camino de su colina.
Eran dos hombres y tres mujeres. Caminaban sin rumbo fijo, separados unos dos metros unos de los otros. Detuvo el coche sigilosamente en la otra zona de la calzada.
“Ahí los tienes, perfectos para tu estreno oficial como superviviente”.
Lo miró con los ojos muy abiertos, negando con la cabeza.
“Estás muy loco si piensas que voy a matar a esos……”
Jaime cogió la pistola que llevaba en el compartimento de la puerta de piloto, quitó el seguro y lo puso sobre la sien de Sara.
“Si vives con nosotros tendrás que ser capaz de matar caminantes, disparando y a mano. En caso contrario no nos supondrás más que problemas”
Hizo una pausa, mirando a los cinco desgraciados que deambulaban arrastrando los pies por el asfalto bacheado del alcen.
“Y me temo que tendría que matarte, pues ya conoces nuestro escondite. Así que sospecho que no tienes elección, a no ser que quieras morir. Apostaría que mi madre no se entristecerá si no vuelvo contigo”
“Supongo que me vendrá bien matarlos……. En fin nuestra pequeña comunidad debe ser lo primero”
Sara bajó del coche, asustada, Jaime fue tras ella machete en una mano y pistola en la otra.
“Ten, mata a los dos últimos de un machetazo en la cabeza, con decisión; en cuanto les estrujas los sesos caen como moscas; sus cabezas son extrañamente fáciles de penetrar, casi como si estuvieran hechas de mantequilla. En realidad matar caminantes es de lo más fácil. Luego corre y dispara a los demás en la cabeza, alejándote un poco”
Jaime se sorprendió por la destreza mostrada por la joven. Estaba preparado con un hacha por si necesitaba ayuda, pero no le hizo falta. En menos de un minuto se había ventilado a aquellos cinco siervos del diablo.
“¿Estás segura que nunca has hecho esto?”
“No, es mi primera vez. Todo sea por nuestra pequeña casa. Uf, menuda masacre de sesos, ¡cabrones!”
Sara apoyó a Jaime contra el coche, la noche caía, reflejos dorados pintaban un cuarto del cielo desde el horizonte, vistiendo a las nubes de colores anaranjados y violetas.
“Matar muertos vivientes me ha abierto el apetito, cariño”
Jaime se dejó hacer, aun sabiendo que debían irse cuanto antes de allí; no era seguro estar de noche fuera.
Se arrodilló frente a él y le sonrió. Dulce sonrisa de adolescente hecha mujer. Le desabrochó el cinturón y aflojó los botones de la bragueta. Al sacarla estaba ya enorme, ella puso cara de sorprendida, guiñándole un ojo, uno de sus bellos y expresivos ojos grandes y negros.
Apretó el pellejo para atrás, hasta quedar el capullo al aire, y pasó su lengua por él; como calibrando el sabor y la temperatura con precaución.
Jaime tragó saliva, temió el no saber decir que no, el verse superado por la belleza de aquella joven. Temía no controlar el aspecto sexual de Sara como lo hacía con su madre. Pero en esos momentos tenía muy claro que una mamada era la única posibilidad.
La masturbó un rato, hablándole con suavidad, casi en susurros muy femeninos.
“Quiero que descargues tensión, hazlo sobre mi cara, no tengas problemas. Entre tanta destrucción necesitarás todo el relax del mundo, y yo también amor; me encanta tu polla, me encanta mamarlas, me encanta follar, me encantas tú”
Empezó a masturbarla con ritmo rápido, mientras su lengua se movía muy ágil rozando por la punta. Luego se metió el capullo en la boca y colocó sus manos sobre la tapicería de la puerta del coche donde se encontraba apoyado Jaime. Y así, sin manos, empezó a engullir la gran polla de la persona que le había salvado la vida. Moviendo la cabeza hacia adelante y hacia atrás, hacia adelante y hacia atrás, la boca muy abierta; el que tuviera la cara más menudita y pequeña que su madre ayudaba  a la sensación de que aquella mamada resultase más salvaje y brutal que las dulces que la que le parió le regalaba.
Hacia delante y hacia atrás, recorriéndola entera. Hasta que en un espasmo soltó la primera carga de semen, que ella tragó entera. Entonces la agarró y la refregó por su cara, llenándose de leche menos espesa la nariz, las mejillas, los ojos, la frente. Estrujó la polla contra toda su cara y luego Sara la limpió a base de escupirla y lamerla, con la misma dedicación con la que un perro lame sus heridas.
Al llegar a casa María estaba preocupada por la hora. Aliviada de verlos ofreció que comieran algo. Sara pidió un segundo.
“Primero he de ir al baño, he de limpiarme la cara del semen de Jaime. Ummm, su hijo es todo un hombre, sabe cómo cuidar de una mujer en momentos como este”.
Cuando entró en el baño María miró a Jaime inquisitiva.
“¿De verdad te fías de esta chica?”
“Mata bien y hace buena compañía. Su ayuda te servirá de mucho y todos estaremos más descansados”
“Amor, no te dejes convencer por su belleza, su buen cuerpo, por lo que pueda hacerte, acuérdate de los dos que me follaban; estaban mejor muertos aunque me hicieran disfrutar….”
“Aquellos eran parte de los que tenían secuestrada a Sara, ¡créete que es muy diferente!”
María se acercó y le agarró el paquete, lamiendo su cuello y besándolo.
“Pero yo soy tu sierva, yo soy la mujer de la casa, yo soy tu zorra mi niño; no te olvides de eso amor”
“Tranquila madre, hay para las dos. Somos tres, con compenetración y generosidad nos mantendremos a salvo”
Hizo una pausa, sopesando sus palabras
“Solo necesito motivos para manteneros a salvo a las dos. Ninguna de las dos sois imprescindibles, no en este mundo”
La noche se cerró por completo y la mirada de Jaime se perdió en el infinito mientras abrazaba a su madre.