domingo, 30 de diciembre de 2012

Nota Informativa

Queridos lectores:

Veo que poco a poco el blog comienza a despegar, viendo incrementadas las vistas de todos ustedes de forma exponencial.
Me gustaría pedirles su colaboración, dado que hemos recibido escasos correo por su parte.
Pueden enviarnos sus sugerencias, comentarios y preguntas, así como sus propios relatos eróticos vía e-mail, a la dirección:
relatoseroticoshot@gmail.com
Sus opiniones serán tenidas en consideración, y atendidas a la mayor brevedad posible.
Feliz Navidad a todos y próspero Año Nuevo.


                                                                                                   El Equipo de Relatos Eróticos Hot

Relato nº 16: Pasión y lascivia madre e hijo.

Por primera vez me atrevo a revelar un secreto que he mantenido en estricta reserva por mucho tiempo y que atañe a una parte de mi vida caracterizada por la turbación, la culpa y la oscuridad, por una parte, y por el goce y el disfrute de los deleites carnales sin límite, por otra.
Fui madre muy tempranamente en mi vida de un bello varón. El padre del bebé en gestación se hizo humo, se desentendió de su paternidad. Mi familia, por otra parte, me repudió y me envió a un convento de monjas de claustro. Yo era muy joven, estaba muerta de miedo, colmada de incertidumbres y, encima, estaba encinta. Lo veía todo negro, sin perspectivas, sin futuro. Sin embargo, ese monasterio no parecía tan malo dentro de todo. En aquel lugar me ganaba el sustento y el cobijo propio y el de mi niño trabajando de sol a sol para las monjas. Hacía labores de limpieza, de criada.
A medida que mi hijo fue creciendo fue necesitando de instrucción. Yo no quería quedar al margen y delegar completamente la educación de mi hijo en terceras personas y por eso decidí prepararme para estar a la altura. Terminé mi educación secundaria por medio de cursos por correspondencia y exámenes libres validados por el Ministerio de Educación. Más tarde proseguí estudios superiores a través de un sistema, pionero en aquel entonces, de educación a distancia vía Internet. En eso las monjas me apoyaron mucho, me pasaron un ordenador para mi uso exclusivo y el servicio de Internet ilimitado estaba en todo el convento. Con mucho esfuerzo me gradué en administración y dirección de empresas, con énfasis en finanzas, en una universidad pública.
Con mis nuevos conocimientos las monjas me ofrecieron un puesto de trabajo en el área de administración del monasterio. Me empezaron a pagar una remuneración justa y habilitaron para mí y mi hijo un pequeño apartamento en un sector aislado e independiente de la abadía. Esta vivienda, que reemplazó al cuarto que nos había servido de albergue por años, constaba de dos habitaciones, un pequeño salón-comedor, cocina y un baño. Era muy mono y estaba amueblado y sobriamente decorado.
Con el tiempo me nombraron Administradora General del convento y, más tarde, también  asesora financiera de la orden a la que pertenecían las monjas. Tenía un sueldo bastante bueno, incluso mejor que el promedio de mercado para  cargos de trabajo análogos, considerando que teníamos vivienda, servicios básicos y alimentación sin coste extra.
La relación con mi hijo siempre fue muy estrecha, granítica. A medida que él se hacía hombre, guapo, varonil, amable, seductor innato, deportista, estudioso, etc., yo lo dejé de ver como al niño indefenso que requería de protección y lo comencé a ver como al varón de la casa, la figura masculina de nuestra familia.
Poco a poco lo empecé a admirar tanto por sus logros en el plano educativo como por sus cualidades personales. Después me atrajo también su virilidad, su vigor, su cuerpo fornido y bien tonificado, su porte, su estampa de galán. Sí, me fui sintiendo con el paso del tiempo, cautivada, deslumbrada, embelesada por mi hijo. Sin embargo, al mismo tiempo, experimentaba culpa por aquello que había germinado en mí. Era algo que los cánones de la sociedad decían que no debía ser, que no era correcto. Tampoco sabía si mi sentimiento era correspondido por mi hijo. Muchas veces una vocecilla interna, un grillo, voceaba insistentemente en mi mente:
—¡ábate, quítate del camino sentimental, sexual de tu hijo y cíñete estrictamente a tu rol de madre!
Pero no quería, o más bien dicho, no podía, era superior a mí, no tenía las fuerzas suficientes para hacerlo. Sentía que me encontraba más allá del punto de retorno, no podía detenerme.
Traté de subyugar aquellos pensamientos impuros, impropios de una madre para con su hijo, según los preceptos de la sociedad en la que vivía.  Pero solo logré disimularlos, encubrirlos ante él y la demás gente. Pero durante mis solitarias noches resurgían con ímpetu y brío, con impudicia asombrosa. Cada noche me masturbaba, estimulaba mis genitales y mis zonas erógenas manualmente, y experimentaba uno o varios desfogues lujuriosa y colosalmente placenteros pensando en que mi hijo me follaba, en que yo rodeaba el glande de su rabo con mis labios y luego le chupaba la polla, en que su semen caliente bañaba mis tetas o llenaba mi vagina, en que mis fluidos íntimos eran sorbidos y paladeados por él con ansia, con fruición.
Al principio, después de hacerlo, de autosatisfacerme pensando en que mi hijo me hacía su mujer, me follaba con pasión, me sentía culposa, sucia. Con el paso del tiempo ya no experimenté tanto dicha sensación, cada día menos, pues por una indescifrable razón fui racionalizando poco a poco el tema, le fui sustrayendo la carga moral impuesta exógenamente, le fui quitando paulatinamente el peso de las reglas sociales y religiosas y me liberé, me emancipé de las ligaduras que no me dejabar gozar a plenitud. Me autoconvencí que no era algo para estar verecunda, pues solo era una de las muchas formas que tiene la sexualidad de manifestarse. Entonces me abrí al goce masturbatorio incestuoso en toda su integridad. Pero hasta entonces no pasaba de ahí. Lo hacía en secreto, en silencio, a oscuras, con sigilo. Convertí a mi cama en un testigo ignoto y afásico de mi accionar nocturno, de mis anhelos impúdicos, lascivos, concupiscentes, del apetito carnal desbordado para con mi hijo.
Una noche, en medio de una sesión de onanismo, me levanté a buscar agua helada a la cocina. Estaba excitada, caliente, y pensé, ilusamente, que un poco de agua helada aplacaría mi fuego interno, aminoraría las llamas del deseo sexual incestuoso.
Por lo avanzado de la noche creí que mi hijo dormía profundamente y por eso me levanté tal y como me metía en la cama todas las noches: sin ropa interior alguna y con un camisón corto, de tela delgada. Esta vez, además, el tejido del que estaba confeccionada mi camisa de dormir era semitransparente, dejaba ver con claridad mi figura delgada, mis tetas voluptuosas con sus pezones erectos, mi cintura de bailarina de ballet, parte de mi vagina y vello púbico cuidadosamente rasurado en forma de pequeño triángulo. Por detrás mi culo compacto, redondeado y respingón también quedaba expuesto. Completaban el cuadro una melena rubia, un rostro grácil de finas facciones, un par de ojos color azul celeste, una boca enmarcada en unos labios carnosos y sugestivos, amén de unas piernas esbeltas, blancas, tersas y bien torneadas, fortalecidas y vigorosas.
Estando en la cocina escuché unos pasos aproximarse y la voz de mi hijo decir:
—¡mamá!
Me giré hacia la puerta de la cocina sin tomar conciencia de mi semidesnudez ni de los signos físicos de mi estado de excitación sexual. Vi a mi hijo con el torso y piernas desnudas, cubriendo sus partes pudendas con un diminuto slip que hacía resaltar su pene gordo y largo.
—Parece que … a ti…también…te dio…sed  —me dijo con voz entrecortada al observar,  como nunca antes, mi cuerpo semidesnudo expuesto a su mirada penetrante.
En aquella ocasión noté por primera vez que mi hijo me miró con ojos libidinosos, lujuriosos. Incluso alcancé a atisbar, antes que parapetara su entrepierna contra un mueble de la cocina, que su rabo se levantaba deprisa. Eso me dio a entender a las claras que mi hijo podía sentirse atraído sexualmente por mí, que me podía ver como lo que era, una mujer con apariencia juvenil, atractiva, sensual, capaz de sentir y dar dicha carnal, y no solamente como a una madre.
Aquella noche, aquella situación, marcó un punto de inflexión, un antes y un después, en la relación de mi hijo conmigo y viceversa. Yo comencé a comportarme diferente frente a mi hijo. Me propuse seducirlo, tentarlo con cierto disimulo. Me empecé a duchar con la puerta del baño entreabierta, me cambiaba ropa sin cerrar la puerta de mi cuarto, en casa andaba con ropa sexy, vestidos cortos, braguitas minúsculas, pechos sin sujetador y, quizás lo más relevante, una actitud liberal y de seducción continua, una conducta que daba a entender, más allá de lo aparente, que esta mujer quería conquistar a ese hombre, a esa encarnación viva del deseo en que se había transformado mi hijo.
Él también hizo cambios: se paseaba a menudo en calzoncillos o bañador por la casa, me miraba repetidamente y sin pudor mi escote, mis tetas desnudas, desprovistas de sostén; clavaba su mirada en mi culo, en mi entrepierna, me fisgoneaba cada vez que me duchaba y cambiaba de ropa. Unas cuantas veces lo vi masturbarse al interior de su dormitorio al tiempo que pronunciaba entre dientes cosas como:
—Así mamá, chúpemela entera, lame mis huevos, bébete mi leche, mami.
—Mamá dame tu culito para follártelo…para rompértelo. Abre tus piernas para que mi polla entre en tu coño y te haga gozar, te haga correrte a lo bestia.
—Mamá, déjame chuparte las tetas, acariciarte con mi lengua tu clítoris, succionar y beber con mi boca tus jugos íntimos, comer a besos y caricias tu ojete anal,…   
—Así mamá, pajéame hasta que me corra y mi leche bañe tu cara y empape tus tetas.
La primera vez que presencié uno de estos actos y oi una de estas frases quedé atónita, pasmada, incrédula en un primer momento. Al minuto siguiente me venía una sensación de dicha por sentirme ansiada, apetecida por quien yo tanto deseaba carnalmente. 
Varias veces en mi trabajo, luego de aquello, a solas en mi despacho, venían a mi mente imágenes de mi hijo cascándose el pene y retumbaban en mi cabeza aquellas frases guarras, obscenas, golfas que aludían a mí. Me excitaba de sobremanera al punto que debía concurrir al baño de mi despacho para alivianar la calentura con mis dedos, con gemidos sordos, enmudecidos por temor a ser sorprendida por una de las monjas.
Un viernes después del trabajo llegué a mi casa y al creer que mi hijo no estaba, me desnudé en mi cuarto y me fui así al baño para tomar una ducha reparadora. De vuelta a mi habitación vislumbré por el rabillo de un ojo a mi hijo, oculto en un rincón de su cuarto, pajeándose y mascullando sus frases guarras ya habituales. Impulsivamente me detuve, desnuda como estaba, y me asomé a mirar y oír.
—Así mamá, córrete, córrete y déjame sorber el elixir de tu coño con mi boca.
Sentí un escalofrío de fogosidad, de vivo deseo sexual, que me estremeció y recorrió mi cuerpo de la cabeza a los pies. Apenas pude corrí a mi cuarto y me encerré por más de una hora, aunque mi real anhelo era abordar a mi hijo y follar con él hasta quedar agotados, con mi cuerpo regado de semen y el suyo empapado con mis jugos vaginales.
Luego de tranquilizarme salí de mi dormitorio y fui a la cocina a calentar la cena que la monja a cargo de la cocina me había pasado al salir de mi trabajo.
Cenamos con abundante vino y conversamos de temas cotidianos y triviales, No obstante, mis achispados sentidos captaban algo extraño en el ambiente, algo que estaba a punto de bullir, de explosionar, de estallar. De pronto, en medio de la sobremesa y de mis cavilaciones, mi hijo me espeta:
—Mamá ¿me harías un favor?
—Sí, por supuesto cariño ¿de qué se trata? —respondí casi musitando, embargada por la sorpresa y por el temor —y la secreta esperanza— de que se tratara de algo vinculado con lo ocurrido hacía un rato y con la sensación ambiente por mí percibida.
—¿me dejarías bailar contigo, bailar juntitos algo romántico y sensual?
—¿sensual?
—Sí mamá, sensual, como un hombre y una mujer que se quieren ¿o me vas a negar que me quieres, que nos queremos más allá de como madre e hijo?
Un silencio sepulcral inundó el lugar. Sabía para dónde iba esa invitación, sus palabras lo trasuntaban nítidamente. Quise negarme, excusarme de cualquier manera, pero no podía porque él decía la verdad. Yo lo deseaba, nos deseábamos como un hombre y una mujer. Además el alcohol me hacía estar más desinhibida y con menos control de mi misma, avivaba la calentura que aún llevaba en el cuerpo.
—¿qué dices mamá? ¿bailamos? —insistió inquisitivamente.
—Sí —susurré excitada, caliente.
En un pispás estaba entre sus brazos, cogida de la cintura, con nuestros cuerpos muy cercanos y danzando con música suave, sensual, sugerente, provocativa.
Con el transcurrir del baile, mi hijo fue pegando su cuerpo al mío hasta el punto que mis tetas se hundían en su pecho y mi entrepierna húmeda abrazaba alegremente su pene. Recuerdo como si fuera hoy que en aquel instante me desaté, perdí el escaso control que aún mantenía de mi ser, dejé fluir todas mis ansias erótico-incestuosas acumuladas por tanto tiempo, todas las ganas  canalizadas en aquellas interminables noches de onanismo se hicieron carne en ese momento. Mis labios se unieron a los de mi hijo en un beso monumentalmente pasional, húmedo, con lengua, inacabable, liberador. Segundos después mi vestido caía al suelo e igual suerte corría mi pequeño calzón por acción de las ágiles manos de mi hijo. En paralelo le quitaba su camisa y bajaba sus pantalones, calzoncillos incluidos. La larga y gruesa verga de mi retoño se erguía orgullosa entre mis manos pidiendo ser agasajada.
Instantes más tarde estaba arrodillada, completamente desnuda, chupando aquella grandiosa polla de mi hijo, pero que en ese momento era más mi hombre, la viva materialización de mi apetito sexual refrenado. De fondo, como banda sonora, escuchaba las ya familiares guarradas de él para conmigo:
—Así mamá, chúpemela entera, mámamela, cómetela toda, lame mis huevos, mami...
—Chúpala más mamá que quiero correrme en tu boca, inundar de semen tus tetas, impregnar tu cara con mi leche caliente…
Unos minutos más tarde una enorme columna de semen brotaba de su pene alcanzando de lleno en sus fetichistas blancos: mi ávida boca, mi rostro y mis senos. Sentí mi cuerpo sacudirse, remecerse de un hondo placer indescriptible, coronado con un exquisito y prolongado orgasmo. Paramos un rato para saborear el momento y limpiarme la cara y los pechos con un pañuelo de papel.
Superado aquello, nos cogimos de las manos y nos fuimos a mi cuarto. Él me recostó boca arriba en la cama y se sumergió de lleno en mi entrepierna,  tomando por asalto mi vagina. Mi clítoris lo recibió gustoso, erecto, y fue lamido, succionado y mordisqueado. Yo, con los ojos cerrados, me dediqué a disfrutar y a gemir sin límites.
Cuando reabrí mis luceros azules, vi que mis piernas estaban abiertas y apoyadas en los hombros de mi hijo. Su pene enhiesto empezaba a refregarse contra mi clítoris lo que hacía trastornar mis sentidos de puro gusto. Reanudé los gemidos que luego pasaron a ser resuellos, después resoplidos y, finalmente, fuertes jadeos. Ahora era yo quien profería guarradas:
—Así hijo, así. ¡Cómete el coño de tu madre!
—¡Fóllame, fóllame, fóllame! ¡Métemela toda, hasta el fondo, deprisa!
Entonces observé con alborozo indisimulado cómo aquella gorda, espléndida y extensa polla entraba y salía de mi matriz rítmicamente, dichosamente.
—¿te gusta mamá, te gusta cómo te follo? —inquirió mi hijo.
—Sí, sí, sí, siiiií ¡me encanta! ¡dame más, más, maaaaás! ¡métela más fuerte! —respondí excitada, caliente, en llamas.
El mete y saca se aceleró ostensiblemente hasta el punto de estremecer mi cuerpo por completo, todo él vibraba de gozo y me hacía gritar de placer, de regocijo infinito. Era algo que hacía largo tiempo ansiaba con todo mi ser. Además, por años me había mantenido inactiva sexualmente. Parecía una monja más.
Súbitamente se detuvo aquel delicioso mete y saca veloz. Mi hijo me pidió colocarme a gatas encima de la cama. Abrió mis labios vaginales y empezó a chupar anhelantemente de nuevo mi clítoris, con fruición, con pasión desbordada. Después, con igual ahínco, se dedicó a ensalivar mi virgen, nunca penetrado, agujero anal. Esto me asustó, me inquietó porque yo jamás había practicado el sexo anal y porque la tranca de él era muy gruesa, muy gorda.
—Mamá ¿puedo encularte, follar tu culito? —preguntó mi hijo entre chupeteos.
Dudé qué responder…quería complacerlo…estaba caliente, ardiendo…pero el temor al dolor me hacía tener recelo.
—Bueno, cariño mío, pero por favor ten cuidado que nunca me lo han hecho por ahí —rogué entre sollozos de calentura entremezclados  con miedo.
Se levantó con su falo en ristre y apuntó al objetivo, lo posó a la entrada de mi ano y comenzó a empujar despacio, muy despacio. Mi cuerpo temblaba, tiritaba de pánico.
—Tranquila mamá, si te duele mucho no lo hacemos. —apuntó mi hijo con voz dulce, al tiempo que sus manos sobaban mis tetas y recorrían mi vagina de un extremo al otro.
  
La penetración continuó lenta, pero incesante hasta que su escroto, sus cojones, tocaron mis nalgas. Me sentí atravesada, invadida, llena por dentro y algo dolorida. Mi hijo mantuvo quieto su pene al interior de mi culo mientras lo amansaba y magreaba por fuera. Paulatinamente la sensación de dolor fue cediendo y dio paso a una de placentero agrado.
El pene de mi hijo empezó a moverse hacia atrás y hacia adelante muy lentamente en un cadencioso vaivén que me provocaba goce, disfrute y que apaciguaba mi calentura.
—¿te gusta mamá cómo te la meto por el culo?
—Sí cariño, mucho —contesté, no podía mentir, me estaba gustando mucho, muchísimo.
Empecé a tocar mi clítoris y la sensación de placer creció notoriamente al extremo que reaparecieron los gemidos y los jadeos. Las exhortaciones guarras también se hicieron presentes:
—Dale hijo, dale más fuerte. ¡rómpeme el culo y llénalo de tu leche!
Instantes después, la tranca de mi retoño entraba y salía de mi culo sin cortapisas, con virilidad, con pasión, con lujuria, con lascivia. Yo, en tanto, transitaba entre los gemidos, los chillidos, los jadeos y los francos gritos de gozo inmensurable.
El entrar y salir anal de la gorda y larga polla de mi hijo seguía y seguía, incansable, imparable hasta que un chorro de semen espeso y caliente inundó mi culo y comenzó a escabullirse hacia fuera al saturar la capacidad de absorción de las paredes  internas de mi culo. Mi hijo se desplomó extenuado sobre la cama. Su rostro denotaba cansancio, pero sobre todo, un enorme placer.
Nos acurrucamos desnudos en la cama, besándonos y haciéndonos arrumacos hasta quedarnos dormidos.
  
Tres o cuatro horas más tarde desperté por la presión del pene duro de mi hijo luchando por reingresar a mi coño y volver a follarlo. Follamos varias veces más hasta que el cansancio pudo más que nuestra pasión y  lascivia. Pero recomenzamos las sesiones coitales a la mañana siguiente.
Desde entonces y por largo tiempo dormíamos juntos y follábamos todos los días, en las mañanas, apenas regresábamos a casa después del trabajo o el estudio y en las noches.

lunes, 24 de diciembre de 2012

Relato nº 15: Chantajeando a mi abuela

Con mi madre las cosas no andan nada bien, ella es muy mandona, cruel, exigente, además, muy pagada de si misma, pero eso si, es una hermosa mujer, con un busto deslumbrante. Desde la muerte de papá, en lo único que ella pensaba era, en el negocio que había montado, no atendiéndome para nada, solo se dirigía hacia mi para obligarme ha realizar todo el trabajo de la casa, ridiculizando cualquier error que pudiera cometer.

Cuando tenía una oportunidad de sacarse de encima mi presencia, la aprovechaba plenamente, una de esas ocurrió el verano pasado cuando me pudo mandar al campo algunas semanas a la casa de mi abuelo. Por ello me dijo, con su tonadita socarrona con la cual se dirigía siempre hacia mi:

Tu abuelo tiene que venir a Bs. As. a una reunión de trabajo y tu abuela necesita que le den una mano para limpiar el ático de la casa, por lo tanto te vas a ir inmediatamente para allá.

Pero mamá.....

Comencé a decir, pero no pude terminar la frase, pues me cruzó la cara con una fuerte cachetada, que provocó que me salieran lágrimas de mis ojos, dificultaran mi visión.

No quiero oír ninguna excusa....

me replico con voz muy alta y en un tenor muy agresivo.

Yo no quería ir a la casa de mi abuela, pues sabía que me iba a aburrir soberanamente pero me era imposible librarme de ello. Ella tenía 65 años, y era mucho mas embromada y criticona que mi madre.

Ante la evidencia de que nada podía impedir mi exilio forzado en esa casa, ubicada a unos pocos kilómetros de un pueblo del interior de la provincia, empecé a preparar mis petates, no olvidando mi grabador de audio, mi cámara fotográfica y la de video, para tratar de hacer menos monótona las dos semanas de estadía que me esperaban en la casa de mi abuela.

Muy temprano, en a la mañana del siguiente día, salí de mi casa, y me dirigí hacia la terminal, donde tomé el ómnibus que me llevaría a mi destino. Al llegar, mi abuela ya me estaba esperando para llevarme a la casa. Al verme descender del transporte, sin saludarme y sin demostrarme ningún tipo de gesto cariñoso de recibimiento, me ordenó.

Vamos, agarra tus bagajes y colócalos en el baúl del coche, así partimos rápido, que te están esperando un montón de trabajos en la casa.

Ya me imaginaba la cantidad de tareas que mi abuela había reservado para mi y sobre todo, considerando que tenía que realizarlas soportando el terrible calor existente para esa fecha. La temperatura durante el día raramente bajaba los 30 ºC.

La altura de mi abuela mide aproximadamente 1,70m y pesa unos 70kg, muy bien y uniformemente distribuidos. Su cabello estaba cortado corto y era rubio platinado, que producía un fuerte contraste con su piel completamente tostada, con un color bronceado. Su rostro aunque poseía arrugas propias de su edad, era hermoso, salvo que siempre poseía ese rictus que le daba estar siempre con una expresión de enojo y seria. Vestía un short, sandalias y una blusa suelta, que no podía disimular esa dos grandes protuberancias que sobresalían de su pecho, que eran sus pechos. Sus piernas están perfectamente contorneadas y se notan en ellas sus musculosas pantorrillas, resultantes de sus actividades en la casa y en sus horas de caminatas que realizaba, según le contaba a mi mamá.

Su porte era bastante parecido al de mi mamá, pero con un poco menos de torso.
Todo esto lo podía observar cuando ella no me estaba mirando, pues tenía miedo de cómo podía reaccionar.
Con una tonada de disgusto, me dijo:

¿¿¿¿Estas listo ya???

Luego de haber cargado todos mis bultos en el baúl del coche, subimos al mismo y nos dirigimos hacia la casa. Durante el transcurso de todo el recorrido no intercambiamos ninguna palabra.

Luego de instalarme en la casa, me dijo que me hiciera lo que quisiera comer y se fue, no la vi más, hasta el día siguiente. Al otro día, al levantarme, muy temprano en la mañana, lo primero que me dijo fue:

Jorge, vos estas aquí únicamente para trabajar, por la tanto, ve inmediatamente al ático y saca todas las cajas que hay en el extremo sur del mismo, pues todo eso es basura.

Refunfuñando toda la mañana conmigo mismo, subí y baje tantas veces esos tres niveles de escaleras que llevaban hasta al ático, que al final había perdido la cuenta de cuantas veces lo había hecho.

Ya sea porque estuviera cansado o choqueado por el calor reinante en ese lugar de la casa, que sobrepasaba tranquilamente en 10º la temperatura exterior, en una de esos tantos viajes que realicé, trastabille y fui a dar contra una de las paredes divisorias que poseía el ático, aflojando uno de sus paneles. Al acontecer esto, quede helado por el terror, pensando que había roto el tabique y de cómo iba a reaccionar mi abuela ante este hecho. Al ponerme a observar con mas detenimiento lo que había hecho, me percate de que había solo aflojado un panel, y que detrás del, en el interior de la pared, había oculto un sobre, seguramente escondido por alguien.
Retiré el sobre y observé que la carta que contenía. Ante mi asombro, esta estaba fechada hacía veinte años atrás y esta escrita en forma manuscrita por mi abuela y dirigida al Pastor protestante del pueblo, al cual yo conocía, pues me lo habían presentado la anterior visita que había realizado a la casa de mis abuelos. La carta nunca había sido remitida.
Al leer lo que ella decía, se me pusieron los pelos de punta, mi abuela relataba en ella, con todo lujo de detalles, un encuentro sexual que había tenido con el Pastor y de cómo podían mantener el secreto de esta relación ante sus respectivos cónyuges. También había otra nota del Pastor rompiendo esa relación y expresando que le causaba mucha vergüenza esa debilidad que había tenido. Esta última esquela quizás explicaba el motivo por el cual mi abuela no había enviado su carta.
Ante este descubrimiento, en mi mente se hizo una luz y empecé a urdir un plan para poder que me permitiera obtener el control de esa mujer que me trataba como si fuera un trozo de basura, que era mi abuela.
Lo primero que hice fue poner el panel en su lugar, para que nadie se diera cuenta de que lo había removido y retirado el sobre, terminando luego de bajar todas las cajas, como me lo había solicitado.

Pasado el mediodía, ella se dirigió nuevamente hacia mi, diciéndome:

A te has tomado bastante tiempo para hacer lo poco que hiciste, ahora quiero que limpies bien todo ese lugar.

Sin preocuparse si estaba o no agotado por la tarea realizada, debido al alto calor reinante o al esfuerzo físico que ello demandó. Lo ordeno como si yo fuera su esclavo, que esa fuera mi única obligación, servirla a ella en lo que quisiera.
A ello le respondí:

Abuela, antes quiero mostrarte en mi cuarto algo que he hallado.

Termine de decir esto y giré sobre mis talones y me dirigí hacia mi cuarto. Al llegar a el oí que mi abuela me gritaba:

No tengo tiempo para tus juegos, ven para aquí y has lo que te ordené.

Ante ello, comencé a leer la carta que ella había escrito en voz alta. Al escuchar lo que estaba leyendo, se precipitó hacia mi cuarto y entro en el con los ojos completamente desorbitados, gritando en un tono aterrador y convertida totalmente en una fiera:

¡¡¡¡¡ De donde sacaste eso bastardo !!!!!!

Tu sabes de donde.......o no....

Le respondí en forma tranquila, confidente y con un tono de voz muy bajo.

Ella me respondió gritando, completamente desencajada:

Dame eso ya ahora....

A lo que le respondí, siempre con el mismo tono de voz que había empleado anteriormente:

Solo si haces una pequeñas cosas para mi.

Poder ver en su rostro las mandíbulas completamente apretadas y quiso hacer un movimiento para arrebatarme la carta de mis manos, cosa que fácilmente eludí y empecé a dirigirme hacia la puerta, diciéndole al mismo tiempo:

Me voy directamente para el templo y le daré esta carta a la esposa del Pastor.

Su rostro volvió transfigurarse con un gesto de horror, y sus ojos estaban completamente espantados. Trató de arremeter nuevamente contra mi, la cual volví eludir fácilmente y me dirigí directamente hacia la puerta de entrada de la casa, como si tuviera intención de ir al pueblo a la casa del Pastor. Ante ello exclamo:

No....Por favor espera.....

Luego demostrando su estado completo indefensión, me dijo con un tono mucho mas calmo y de impotencia:

¿¿¿ Que es lo que quieres ???

Volví a mi habitación, le señale un párrafo en el escrito y le dije:

Solo quiero que leas en voz alta este párrafo de la carta y cuando en el aparece el nombre del Pastor tu digas Jorgito y cuando diga "mi Pastorcito" tu digas "mi nietito".

No puedo hacer eso, eres un asqueroso, eres un degenerado.

Me grito, completamente fuera de sus cabales, a lo que yo le respondí calmadamente:

Vos sabrás lo que haces, luego podrás comentarlo con el abuelo y las comadres y chimenteras de este pequeño pueblo, cuando yo se lo muestre a todos ellos.

Mi abuela registró el impacto de mis palabras, y quedó en un estado completamente grogui, tal cual cuando un boxeador recibe un impacto directo en la mandíbula. En ese momento me dí cuenta que ya la tenía en mi poder, que había concretado con éxito mi plan.
Mi abuela me pregunto con una voz muy extraña a mis oídos, totalmente dócil y abatida:

¿¿¿ Luego me devolverás la carta ???

Si...si lo haces bien, actuando realmente como si lo estuvieras realmente haciendo lo que lees y que da te da plena satisfacción lo que haces....te la devuelvo.
Le conteste muy seriamente.

¿¿¿ Que me quieres hacer decir ???

Me pregunto con ese mismo tono de voz que venía empleando últimamente.
Cuando le mostré el párrafo en cuestión y ella leyó lo que en decía, su cara se cubrió con un gesto de asco y vergüenza al mismo tiempo y me respondió:

Jorge no te puedo decir esas cosas diciendo tu nombre, especialmente tratándose de vos...

Lo tienes que hacer bien y en este momento.

Le ordené. Inmediatamente me acerque a la cómoda, hasta donde ella me siguió. Le puse la carta ante su vista, de manera tal que la pudiera leerla perfectamente e hiciera los cambios que le había solicitado mientras la leyera. Al ver que no tenía otra alternativa comenzó a leer lo que le solicitaba.

Ohhh, Jorgito jamás podré olvidar lo que sentí al tener tu pene dentro de mi boca....como la saboree pasando mi lengua sobre el......como sentí su tamaño y grosor al apretarla con mis labios. Incluso pensando que tu eres mi nietito, no podía resistir la excitación que me daba el estar dándote tu primera mamada y finalmente poder saborear tu lechita cuando acabaste. Jorgito...tragarme ese gran aparato que tienes, fue la cosa mas emocionante que me ocurrió en toda la vida.

Ella termino de leer y yo le permití quitarme la carta de mis manos. Se dio vuelta retirándose hacia la puerta y me dijo escupiéndome hacia atrás:

Nadie te creerá cuando hables de esto,...eres un bastardo degenerado.

Cuando ella se retiró como una tromba hacia el interior de la casa, yo removí el espejo ubicado arriba de la cómoda y retire el grabador que allí había instalado y verifique la grabación, para ver si este había registrado claramente y con fidelidad lo que ella había leído, lo cual afortunadamente así había acontecido.
Durante la tarde realice algunos trabajos, luego me di una ducha y me dirigí a mi dormitorio a preparar el segundo paso de mi plan para someter a mi abuela. Desde mi cuarto se olía perfectamente un olor a papel quemado, que seguramente había sido generado por mi abuela al incinerar la carta.
Ella se mantuvo apartada de mi, hasta eso de las seis de la tarde. Justamente yo me acababa de vestir con una camiseta, shorts y unos calzoncillos, cuando ella paso frente a la puerta de mi cuarto yendo hacia el suyo. Paró, me miró con una mirada feroz, que parecía que salían rayos de sus ojos y me dijo:

Eres un pequeño degenerado, yo te haré sufrir por tu travesura....Veremos cuan inteligente eres.

Cuando ella me dijo eso yo estaba sentado en mi cama, la miré directamente a sus ojos, apreté el botón "Play" del grabador y este reprodujo claramente su voz diciendo:

......Incluso pensando que tu eres mi nietito, no podía resistir la excitación que me daba el estar dándote tu primera mamada.......

Ahí detuve el grabador, y observé que efectos se producían en su rostro.

Eres una criatura endiablada... ella me grito y luego agregó Dame esa cinta ahora..

Entro en la habitación y se lanzó sobre mi para tratar de quitarme el grabador, pero yo la evité fácilmente rodando sobre la cama alejándome de ella. Ella se dio cuenta que no tenía forma de quitarme la cinta, y yo antes de que pronunciara ninguna palabra le dije:

Tal cual antes yo te di la carta, tu puedes obtener ahora la cinta si haces lo que yo te pido.

Como mordiendo las palabras, me contesto con un gruñido diciendo:

Yo no seré chantajeada por vos con esa obscena basura

Sabiendo que tenía el control de la situación, sin alterar mi voz y en forma muy tranquila le dije:

Yo deseo que luego de que me tienda sobre la cama, me desvistas completamente.

Nooo....nooo...absolutamente no.

Al responderme su voz fue adquiriendo una tonalidad cada ves mas fuerte.
En ese momento empezó a timbrar el teléfono, a lo cual le sugerí que lo atendiera pues no tenía ningún apuro y quería prolongar lo más posible la situación tan incómoda que le estaba haciendo sufrir. Ella giró y se dirigió hacia su propio cuarto, descolgó el micrófono y escuche que decía:

Holaaa...a Carlos...Que es eso....no...no tengo tiempo para hablar ahora contigo.

El que llamaba era mi abuelo, rápidamente levante el tubo de la extensión que estaba en mi cuarto y me puse a escuchar la conversación que estaban manteniendo. El le estaba tratando de relatar como e estaba yendo en la ciudad en lo que había ido a realizar, pero mi abuela quería cortar de inmediato la comunicación. Ante esa premura le dejo la dirección y el teléfono de donde estaba parando, cosa que también tome debida nota por si los necesitaba. Justo en el momento que el estaba por cortar, me metí en la conversación y dije:

Hola abuelo, soy Jorgito y le estoy ayudando a la abuela a limpiar todo el ático.

Ante esto mi abuela dijo con un tono muy severo:

Jorge... Deja el teléfono ya ahora y corta la conversación.

Al oír esto mi abuelo le dijo:

Deja que el chico hable tranquilo

A lo cual le respondí

Hola abuelo, quiero hacerte escuchar una cinta en la cual e obtenido una fabulosa grabación.

Entonces acerque el parlante al micrófono del teléfono y le deje escuchar parte de la grabación que había hecho cuando estaba anteriormente con mi abuela en la mi habitación, segundos antes de que la involucrara con el fatal texto que le hice leer. Al escuchar esto, mi abuela intervino en la conversación diciendo con un falsa dulce voz:

Eso es todo por ahora Jorgito.... ¿¿¿ No había algo que tu querías que yo hiciera ahora ???

Ohhh,.....si tienes razón.

Dije yo también dulcemente, y luego agregué:

Adios Abuelo

Le dije felizmente, pues nunca pensé que todo iba a salir tan bien, todo se estaba dando a la perfección.
Escuche que en su cuarto se despedía de mi abuelo y colgaba el teléfono, dirigiéndose a continuación hacia mi dormitorio. Sus ojos parecían los de un asesino, pero también mostraban un poco de terror, pues había caído en el problema que se encontraba si alguien escuchaba esa cinta. A todo esto yo me había sentado en la cama, del lado que miraba hacia la ventana y le ordené cuando entró:

Ven aquí y desnúdame completamente. Cuando finalices de quitarme toda la ropa te daré la cinta.

¿¿¿Me lo prometes???

Me preguntó.

Te lo prometo, lo haré tal cual lo hice con la carta.

Le respondí con toda convicción.

Ella se acercó a mi en la cama y rápidamente me sacó la camiseta por encima de la cabeza.

Ante esto le dije:

Tómalo con calma y hazlo despacio, no tenemos apuro......Ven siéntate a mi lado y continua con el resto.

Luego de pensar por un instante que hacer, obedeció mi orden y se sentó a mi lado. Yo pensaba ayudarla para que no tuviera problemas para desvestirme. El tenerla tan cerca me excitaba mucho, pues ella olía muy bien, no a perfume, sino a limpio y fresco, aún con el calor que estábamos sufriendo. Observándola de costado podía ver sus senos, que se destacaban aún bajo su blusa suelta, los que se notaban enormes y un caídos, lo cual me produjo una calentura tremenda, teniendo mi pija a punto de explotar. Sacándome de mis pensamientos calenturientos me pregunto es voz muy baja:

¿¿¿¿Y ahora que deseas???

Que me desabotones el short y me bajes el cierre.

Le conteste. Ella con una sola mano, con un gesto de disgusto, usando sus dedos desabotonó mi short y me bajo el cierre muy fácilmente.

Listo, esto es suficiente

Dijo y comenzó a levantarse, a lo cual tomándola del brazo y obligándola a sentar nuevamente en la posición anterior, le repliqué sonriendo:

Todavía no hemos terminado......ahora tira y sácame el short.

Para facilitarle el trabajo, con la ayuda de mis manos, eleve mis caderas por encima de la cama. Ella giro su torso hacia mi, atravesó una mano por encima de mi cuerpo, y con los pulgares de ambas manos, fue deslizando hacia abajo despaciosamente mi pantalón, lo dejó caer al piso y yo lo patee cerca de la ventana que estaba iluminada por el sol.
Ahí estaba yo justo donde quería estar, en ropa interior blanca, que al ser estrecha, no podía disimular el tremendo bulto que producía mi pija en plena erección, debajo de ella.
Mi abuela se quedo contemplando por un instante la protuberancia que tenía entre las piernas, antes de girar la cabeza hacia delante y a tratar de comenzar de levantarse nuevamente de la cama, al mismo tiempo que me decía:

Que atrevido que eres.....eres un asqueroso

A lo cual le respondí disparándole en forma brutal

¡¡¡¡¡ Siéntate y sácame el resto de la ropa ya ahora !!!!!

Algo en mi voz a impresionó, pues sin replicar se sentó nuevamente, y muy lentamente comenzó a sacarme el calzoncillo, en la misma forma que lo había hecho con el short, con la diferencia que en esta oportunidad yo pensaba mostrarle todos mis atributos masculinos. Nuevamente levante mis caderas y ella empezó a bajar mi calzoncillo hasta que mi pija comprimida por el, al sentirse liberada salto como un resorte saliendo de su encierro, mostrándose plenamente en todo su esplendor y al igual que mi par de grandes huevos. Yo nunca me la había medido, pero sabía que era mas grande que el promedio de las personas adultas, aunque yo tuviera quince años de edad. Era un monstruo de pijón, del cual yo estaba muy orgulloso.
Mi abuela estaba completamente impactada con la situación y más aún cuando patee el calzoncillo cerca del pantalón. Ahí estaba yo completamente desnudo y muy al ladito de mi sexo tenía a mi abuela. Esto me emocionaba grandemente, pero recién era el comienzo. Gire mi cuerpo hacia ella, y antes que pudiera reaccionar tome su mano derecha y la puse sobre mi verga. Ella se estremeció de terror y trató de retirarla, pero yo se la retuve y no le permiti retirarla. En voz apasionada le ordené:

Escúchame, ahora me harás ya mismo una hermosa paja.

Nooo...Nuncaaaaa.....eres un pervertido...yo soy tu abuela....una anciana de 65 años......¿¿¿Cómo puedes pensar que yo haga algo así?????

Yo sabía que ese era un momento decisivo, sino lograba que me obedeciera iba a perder todo lo logrado hasta ese momento. Ante ello busque debajo de mi almohada el grabador y lo puse nuevamente en marcha para que escuchara lo que había dicho un rato atrás, y al mismo tiempo le pregunte con voz tranquila.

¿¿¿No recuerdas todo lo que tu tienes para perder???

Al principio con un movimiento prácticamente indectetable se acerco aún más a mi lado y fue llevando muy despaciosamente su mano derecha hacia encima de mi verga, colocando sus dedos alrededor de ella y apretándolo contra la palma de su mano en toda su circunferencia.
Es inexplicable el placer y la excitación que me dio ese primer contacto, mi abuela tenía su mano ubicada en mi zona mas privada. Era increíble.
Yo lentamente con mi mano la guié para que comenzara hacer un movimiento ascendente y descendente.

Suave y gentilmente

Le susurré y retiré lentamente mi mano de encima de la de ella. Sorprendentemente mi abuela siguió con el movimiento que le había indicado, pero no miraba lo que estaba haciendo, había girado la cabeza para otro lado, pero yo podía ver su cara completamente sonrojada pese a su color totalmente tostado.

Ahora rápido

Le ordene. Ella me obedeció y yo empecé a entrar en un estado indescriptible de placer, sintiendo mi pija contenida por eso dedos añosos, por lo cual yo debía actuar rápido, antes que mi gran cañón explotara. En mente todavía algo más para que mi hermosa abuela me hiciera.
Envalentonado por el desarrollo de los acontecimientos di el siguiente paso, y le ordené:

Ahora inclínate y utiliza tu boca en reemplazo de tu mano.

Queee.....

Me replico y al mismo tiempo se levanto bruscamente y empezó a escaparse rápidamente hacia la puerta del cuarto, diciéndome al mismo tiempo:

Has ido muy lejos. No te prestaré atención en todo lo que digas o hagas. Esto esta terminado...terminado para siempre.

Esto yo ya lo había previsto que podía ocurrir, por cual siguiendo mi plan, me levante sin mirarla y descolgué el teléfono y empecé a digitalizar el número de mi abuelo, que había anotado un rato antes y le comente mirando directamente a sus ojos:

Espera que el abuelo oiga esta cinta.

Ella se detuvo y quedo como petrificada en el umbral de la puerta, la tuve que tomar de un brazo, pues ella estaba completamente choqueada, y se estaba sosteniendo con la otra mano del marco de la puerta.

Noooo..... No lo hagas....

Me rogó.

Esta bien.....Pero tienes que volver a la cama y hacer lo que yo te diga sin chistar ni protestar ya mismo.

Le increpé mientras marcaba el último número del teléfono de mi abuelo en Bs.As. y acerqué el auricular a su oído para que oyera como este comenzaba a sonar. De golpe reaccionó, me arrebató el tubo de la mano y con la otra presionó la horquilla para colgar. Luego me dijo con voz completamente desesperada:

No lo hagas..... Yo haré todo lo que tu quieras.

Me senté en la cama en la misma posición que tenía anteriormente y deje que ella se tomara sus tiempos. Despaciosamente se sentó al lado mío, y los dedos de sus manos fueron tomando despaciosamente, pero en forma firme mi pija, que parecía querer por lo dura y grande que estaba, comenzó nuevamente a bombear la misma. Sus ojos miraban fijamente mi verga y parecía que la estaban llevando a la guillotina para ser ejecutada.
A todo esto yo me erguí un poco y coloque mi mano sobre su cuello y despaciosamente la fui deslizando entre su hermoso cabello rubio platinado hacia la nuca. Cuando la tuve ahí empecé
A presionar su cabeza despaciosamente, llevándola hacia mástil. En un primer momento ella me ofreció resistencia, pero luego cedió y me permitió guiarla hacia donde yo quería, pero me suplicó:

Por favor Jorgito no me hagas hacer esto...

No le hice caso y la seguía guiando hacia mi, cuando los labios de mi abuela estaba a no más de un centímetro de la cabeza de mi glande, el cual ya, su pequeño orificio tenía hace rato brotando su líquido preseminal, le ordené:

Ahora abrí tu boca.

La calentura rebasaba todos mis límites, ero debía mantener el control si quería que mi plan no fracasara. Sus labios se abrieron y mi nabo hizo contacto con ellos y penetro solo un poquito. Aumenté la presión sobre su nuca y elevando un poco mi cadera logre introducirle toda la cabeza de mi pija en su boca.
Yo estaba en el paraíso, pero sabia que debía penetrarla más y fue lo que hice, Pero ella no hacia nada, ni se chupaba ni se movía. Su boca parecía una copa que albergaba mi miembro, estrangulándola con sus labios, pero aún así era hermoso.

Mas rápido.

Le dije, tomándole al mismo tiempo su mano con que apretaba sobre mi miembro e indicándole el ritmo que quería. Al ella tomar la velocidad de bombeo que le había fijado, me recosté hacia tras en la cama disfrutando la éxtasis de ese momento tan sublime e inolvidable, abrí mis ojos, y lo que vi, me puso aún más caliente, si eso fuera posible. Ahí estaba mi abuela con su boca llena por mi verga y su mano bajando y subiendo sobre ella. Estaba dándome una mamada y para más, la primera de mi vida.
Estando apoyado en las cercanías de mi almohada, sentí venir desde mis huevos un voluminoso torrente de leche caliente y blanca, que fue a parar dentro de la desganada boca de mi abuela.
Ella la recibió dando arcadas, por la cantidad que llenaba la boca y porque mi miembro le llegó hasta la campanilla.
En ese momento, ante su sorpresa, la tome del cabello y la retire de mi pija, por lo cual, mi segundo y tercer chorros de leche, fueron a dar a sus mejillas y cuello. Todo ello acompañado con una ruidosa exclamación de complacencia de mi parte, que lograron enmascarar dos "click" que vinieron desde un ángulo de la habitación.
Entonces presione nuevamente su cabeza hacia abajo metiendo nuevamente mi miembro dentro de su boca y comencé a metérsela y sacarsela a una velocidad pasmosa, moviendo mi cadera.
Por último, cuando yo había acabado en una forma espectacular y estaba tendido en la cama, completamente aturdido, ella rápidamente tomo mi grabador y saco la cinta comprometedora que en se encontraba. Seguramente pensó que había hecho algo muy inteligente, pero yo solo la deje hacer. Luego se retiró del cuarto, con todo su rostro aun embadurnado con mi leche y al mismo tiempo me especto:

Eres un bastardo.....un bastardo degenerado....

Yo mientras tanto continuaba tendido en la cama, con los ojos completamente cerrados, pensando en hermoso momento pasado, pues no necesitaba ver como ella se iba. La oí entrar al baño y me pareció sentir como si vomitara, lo cual no podía confirmar. Pero si luego el de la ducha, bajo la cual estuvo un largo tiempo.

Luego de un rato, empecé a volver a mis sentidos, recuperándome de los minutos pasados, y busque debajo de la almohada, hasta encontrar un pequeño botón negro conectado a un delgado cable que iba hacia la esquina del cuarto de donde habían provenido los clicks.
Me levante un poco sobre la cama, y reorganizando mis pensamientos me dije, que tenía trabajo para hacer.

Mi abuela me evito por todo el resto del día, y me tuve preparar lo que quise comer. Luego aproveche y me fui hasta el pueblo para hacer unos trámites. Mas tarde vi un poco de televisión, y a continuación de ello me dirigí a mi cuarto a realizar unos trabajos como mi hobby preferido.

A pesar del calor, esa noche dormí perfectamente, repitiéndose cientos de veces en mi mente, la imagen de mi abuela mamándose mi pija, pero nada de eso era comparable con lo que realmente había sentido, cuando ella me la estaba haciendo realmente.

Relato nº 14: Como me folle a la limpiadora en el ascensor.

Hacía algún tiempo que no tenía sexo, pero la oportunidad aparece cuando menos lo esperas, y así un buen día comenzó dándole una alegría al cuerpo. Aquella calurosa mañana salía de casa sobre las diez y media, tenía algo de prisa, pulsé el botón del ascensor, tardo en llegar y al abrir la puerta en su interior se encontraba la limpiadora en pompa enjabonando el suelo, se le distinguía a través de la tela toda la pipa y ganas daban de pellizcársela. No era la primera que eso ocurría, estaba habituado a ello, trabajaba en mi escalera desde hacía aproximadamente un año, no sabía su nombre, ni se estaba casada o tenía hijos, era una mujer madura de nacionalidad brasileña que pasaba los cincuenta años, de 1,63 ms. poco más o menos, con cierto atractivo, piel blanca con pelo corto negro algo rizado y ojos del mismo color, boca grande, rechoncha que no gorda, con caderas marcadas, un buen culo redondo y respingón muy brasileño con nalgas agarrable y, sobretodo, me llamaba la atención y me ponían su magnífico par de tetas de 120 de talla aproximadamente, muy bien puestas por cierto para mi gusto.
     Siempre solía hablar con amabilidad, con ese deje latino de “corazón”, “papasito”, “cariño”, etcétera…. Bien una vez dentro del ascensor a solas, nos saludamos y pulsé hacia el piso inferior sin más dilación mientras de espaldas a mí fregaba una de las paredes del ascensor, observaba como movía el culo a un lado y otro, vestía una fina camiseta blanca que sugería unos pezones muy gordos a pesar de llevar sujetador, un pantalón ajustado de color amarillo parecido a un pijama marcándole todo los muslos, el coño y el culo. No es mi tipo de mujer pero siempre me dio mucho morbo y de las que uno piensa que se la follaría, de solo verla así se me comenzó a empinar…
     De repente cuando solamente habíamos bajado un piso y medio se detuvo bruscamente el ascensor entre dos pisos, se volvió hacia mí preguntándome, “¿qué ha pasado?”; “no lo se, ha parado, hacia tiempo que esto no ocurría” contesté fastidiado por la prisa que tenía. Pasados unos cinco o seis minutos el calor comenzaba a hacer mella entre nosotros, ciertamente era insoportable, no sabía cuantos grados haría en el interior del pequeño ascensor ocupado solamente por nosotros, el cubo y la fregona. Comenzó a abanicarse con una mano y con la otra a sacudirse la camiseta hacia adelante y atrás marcando cada vez mas sus pechos, sin perderla de vista continuaban impresionándome el grueso de sus pezones a través del sujetador y la camiseta aun sin estar excitada, fue en ese instante cuando se despojó de la misma expresando que había cierta confianza y no aguantaba más tanto calor, “más se ve en la playa verdad, cariño”, me refirió sonriéndome. En ese momento mi polla creció aun más, pienso que había advertido el grosor en mi entrepierna, se quedó de cintura para arriba en sujetador, de color blanco muy escotado, dejando ver un agradable canalillo, la prenda además poseía unos encajes en la parte superior cerca de sus abultados pezones que parecían querer traspasar el tejido. A los cinco minutos, tras una nerviosa charla, me dice:
ELLA: Te estoy observando y… ¿te gusta lo que ves, no cariño?.
YO: No se… ¿a que te refieres?. Le dije haciéndome el sorprendido a sabiendas de que se trataba.
ELLA: Pues, a mi par de tetas, corazón,…las miras demasiado.
YO: La verdad es que es inevitable, tanto como apecibles. Le dije un poco cortado aunque viniéndome un poco arriba.
ELLA: Ja,ja,ja…¿verdad que sí?, son toditas naturales. Me expresó a la vez que se las palpaba de abajo hacia arriba masajeándoselas un poco.
     En aquellos instantes llevó sus brazos a la espalda soltándose el sujetador y dejar sus ubres al descubierto, a la vez que colgaba el sostén por la copa en el palo de la fregona pude ver como sus tetas se movían con total libertad al realizar esta acción, con esta exhibición sus pezones alcanzaron una dimensión maravillosa envueltos en aureolas marrones que parecían rodajas de mortadela. Eran unas tetas asombrosas, blanditas, por la edad un poco caídas pero bien definidas, de la misma manera llamó mi atención el cuidado busto que mantenía pese a la edad, sin duda debía de hacer algo de gimnasio para mantenerse bien.
     Aquellas tetas me estaban desafiando, estaba impresionado, verla allí frente a mí mirándome fijamente con el busto desnudo y un ceñido pantalón amarillo marcándole todo el conejo y su generoso culazo como ya he comentado, solo con verle el ombligo me imagine como tendría el coño e hizo que me pusiese torito y mi polla o salía de mi pantalón o estallaba, por lo decidí sacármela y mostrársela orgulloso, una por otra, necesitaba liberármela, yo estaba como una moto y no me importó hacerlo. Quedó sorprendida por mi acción a la vez que estimulada por lo que denotaba su expresión golosilla  y sobretodo sus pezonazos, se la notaba muy cachonda, ahora ambos estábamos frente a frente a pocos centímetros, ella con sus grandes tetas al aire y yo con todo el plátano duro y empinado fuera pasándome la mano invitándola a probarlo, tardamos pocos segundos en acercarnos y lanzarnos el uno al otro, yo hacia sus esplendorosos pechos y ella cogiéndome el nabo, hundí mi boca y lengua en aquellas tetas y pezones haciéndole de todo al mismo tiempo que ella comenzó a realizarme una agitada paja, a un lado la puerta del ascensor y al otro el espejo ella me ordeñaba y yo le comía las tetas, me estaba atiborrando de tetas.
     La avisé que pronto me iba a correr y se agachó en cuclillas situando mi polla en su canalillo realizándome una cubana inolvidable masajeando ella sus tetas abajo y arriba, comencé a eyacular como una fuente llenándole las tetas de leche, algo atrapó con la lengua hasta que resolvió metérsela en la boca tragándose todo el semen. Verla como me la mamaba con apetito, moviendo la cabeza y las tetas colgando golpeándome en las piernas rozándome con sus puntiagudos y gordos pezones hizo que me excitase en exceso y lanzase varios golpetazos de leche que se tragaba haciendo cortos descanso para poder respirar, al tiempo que le expresaba frases como “No sabía lo guarra que eres…, cómeme bien el nabo, sigue, sigue zorra…”, “sé que te gusta lo que te digo, que te pone cachonda ¿verdad?”. Estaba cachondísima de escuchar las marranadas, las aceptaba sin oponerse.
     Terminamos e incorporándose comenzamos a magrearnos nuevamente metiéndome la lengua hasta la campanilla a la vez que mi polla volvía a alcanzar vigor, bajándose nuevamente al pilón pero esa vez inclinándose un poco dejando el culo en pompa, la lamía con la lengua como una excelente profesional, continué diciéndole guarradas, “… ¿otra vez?, te gusta comer pollas por lo que veo…”, “…sigue comiéndome el nabo… ¡que bien lo haces!... ¿a cuantos vecinos se la has comido, guarra…?”. Al tener toda su espalda ante mí la acaricié y le hice cosquillas por los costados hasta llegar al pantalón que baje un tanto hasta introducirle la mano por debajo de las cortas bragas que llevaba pasándole la mano por las nalgotas que apretaba hasta alcanzarle el coño, que aunque no lo veía al palparlo advertí que estaba afeitado con un poco de vello y poseía unos labios muy carnosos, estando sumamente empapado tras haberse corrido, e introduciendo dos dedos hurgué un tanto en el exterior y posteriormente se lo follé con fuerza estimulándole el clítoris, algo que la excitó sobradamente volviéndose a meter la polla en su boca para masturbarme hasta que nuevamente volví a correrme profusamente, ella se fue al mismo tiempo en mi mano. ¡¡¡Estaba pletórico!!!.
     Acabamos y quería más, me pidió que la follara. Esta bien, “vuélvete de espaldas, quiero follarte por detrás viéndote ese culo que tienes” le dije nervioso ante tan agradable invitación, y volviéndose de espaldas se abrió de patas colocando sus manos en las paredes del ascensor y dándose un fuerte palmetazo en una de las nalgas dejándola algo colorada me indicó que estaba preparada; reparé en el coño y era como me lo imaginé, grande, gordo y carnoso, en principio hurgué en él con una mano y acto seguido trincándola por las caderas decidí penetrarla con energía hasta el fondo entre gemidos de ambos, entrando muy bien con facilidad por lo lubricado que teníamos ambos sexos, comencé un lento mete y saca que se fue haciendo cada vez más rápido e insistente a medida que me la follaba para concluir en un acto casi animal con fuertes embestidas sosteniéndola por las nalgas primero y acabando cogiéndole las tetas que colgaban y se meneaban morbosamente, las magreé a la vez que me eché sobre la pared, tanto gozo me hizo nuevamente decirle cochinadas, “…esos pezones los tienes así de la cantidad de veces que te los han comido y estirado, pedazo de puta…”, le dije al mismo tiempo que ella trabajaba moviendo y meneando el culo con energía y rapidez, ahora los embates los daba ella golpeando sus nalgas en mi vientre mientras le decía “…que puta eres, ¡cómo follas!, se nota que te gusta…zorra” a la vez que entre jadeos y gemidos se corría chorreándole el flujo por los muslos, al pronto me corrí llenándole su interior de abundante leche . Polvazo.
     Estábamos extenuados por el frenesí y la pasión que le habíamos puesto, me quedé apoyado con la verga colgando mientras observaba como se limpiaba el coño y la parte superior de los muslos, al terminar para mi sorpresa me cogió el sable e igualmente me lo limpió no sin antes frotármelo un poco, mientras aproveché para tentarle nuevamente las tetas y gruesos pezones a la vez que me decía con su acento carioca, “que bueno, mi amor, hacía tiempo que no me daban un buen follao de improviso, ha estado muy rico…bastante rico…que bueno comenzar así el día…”.
     Una vez vestidos, limpiado y perfumado el ambiente, nuestra preocupación era salir de allí, pulsamos varias veces el timbre hasta que nos rescataron. Me volví a mi domicilio a limpiarme bien y al bajar la vi en el portal charlando con varias vecinas como si nada hubiese ocurrido, ni se imaginaban que me la había follado momentos antes, eso sí la mirada que me echó era de agradecimiento por el gustirrinin que nos habíamos dado.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Relato nº 13: Apocalipsis, parte 4.

Las horas parecían siglos bajo el prisma de María. Siempre captó esa percepción diferente del tiempo, desde que el suceso la dejara encerrada sola en aquella casa de campo, estando su marido cortando madera en el bosque. Recordó como percibió algo de repente, no supo muy bien el qué; fue como si el mundo se diese la vuelta pero sin que se moviera nada alrededor.
No olvidará cuando vio a su marido intentar entrar en la casa, era él sin serlo. Con otra cara, otra mirada, otro semblante, otras intenciones. Tras de él varios hombres más, hombres que no conocía, hombres que deberían haber andado por allí cerca cuando todo acabó.
Después su hijo le salvó la vida. Desde ese momento todo avanzó despacio, pasaron meses que fueron como siglos. Más tarde se convirtió en la amante de su hijo, aunque el tiempo seguía detenido. Nunca jamás volvería a estar en paz consigo misma; pero eso ya le daba igual.
Desde que lo hicieron por primera vez algo volvió a cambiar en ella, como si el mundo hubiera vuelto a dar otro giro sin que nada se moviera. Desde aquel instante la sangre empezó a correrle por las venas y sentía fuego en las entrañas. Ya no podía estar sin follar con su hijo, sin ser la mujer que le diera infinito y generoso placer. Le gustaba ser su guarra, quería ser su zorra. Poseída por un instinto animal. Tal vez se perdiese el tiempo rezando, tal vez el mundo del ser humano hubiera acabado, y sin seres humanos no había Dioses ni Diablos. Solo supervivencia y miedos.
Su hijo era el macho que la protegía y ella la hembra que lo mantenía satisfecho. La presencia de otra hembra más guapa y joven lo ponía todo en peligro. Si había que luchar se lucharía, no por ser más vieja iba a ser menos mujer, y estaba dispuesta a demostrarlo; tendría que abrir bien los ojos de su hijo, y estaba decidida a hacerlo.
La mejor forma de recuperar su territorio, o al menos mantener el mismo nivel de dignidad que la joven hembra, era demostrar al macho cuanto podía darle; y hacerlo junto a Sara, para que pudiera Jaime valorar lo que tenía por madre.
Aprovechó el sueño de su hijo de la mañana siguiente para hablar con Sara.
La joven estaba cuidando el huerto, quitando malas hierbas. Esas hierbas de color pardo y marrón, con pinchos, le daban mucho miedo pues las percibía como el símil vegetal de los caminantes. Desde el suceso su número había aumentado en el huerto. A veces tenía la pesadilla de que una inmensa enredadera caminante se colaba por su habitación y la aplastaba dulcemente mientras dormía.
 El Sol estaba cerca de su punto más alto. María fue y la citó en diez minutos en la casa, cuando acabara de quitar las malezas tomateras que tenía entre manos.
Le ofreció un poco de agua y la hizo sentar en el sofá, luego se sentó en una silla frente a ella.
“Imagino que Jaime te habrá puesto al día en todo lo que venimos haciendo en esta casa desde que el mundo acabó. Te habrá contado los quehaceres diarios y me consta que te ha comunicado las nuevas rondas de vigilancia rotativa. Ya conoces nuestros excelentes suministros: comidas, ropas, armas, vehículos, gasolina, camas, etc, etc, etc….”
Sara asentía con seriedad, como una alumna aplicada ante profesora que repite una difícil lección por segunda vez para los más torpes.
“Él es un hombre fuerte y valiente. Siempre lo ha dado todo por mantenerme a salvo, ha puesto su vida en riesgo por salvaguardar la casa. Y no dudo que hará lo mismo por ti, pues te ha admitido como un miembro de pleno derecho en esta casa. Y por lo que veo tú has sabido ser agradecida, y yo como su madre que soy estoy orgullosa de él y de ti, de que sepas interpretar literalmente tan difícil situación”
Hizo una pausa, dejando que Sara fuera digiriendo todo lo que le estaba diciendo.
“Sé que sabes que yo soy la hembra de la casa, sé que conoces que soy quien le ha dado placer de aquí atrás; y deduzco de tu frialdad el que no te has extrañado de que sea su zorra siendo su madre”
“Señora yo en ningún momento he pretendido ofenderla. La noche que llegué estaba confundida, no sabía realmente quienes erais, yo….. solo quería encajar, ofrecer mi cuerpo en forma de recompensa. Ahora sé que sois buenos, ahora sé que sois legales, ¡no se puede hacer una idea de lo que he sufrido!”
“No malgastes palabrería cariño. Si algo has dejado claro es lo puta que eres, a mi no me engañas y él es menos ingenuo de lo que crees”
“Su hijo me hace sentir bien, me siento segura ofreciéndole mi cuerpo. No quisiera quitárselo, usted seguirá siendo la mujer de la casa. Yo solo quiero mi hueco donde poder colaborar y donde podernos sentir satisfechos, creo que su hijo me quiere hacer su pareja; tal vez usted vuelva a ser solo la madre. Señora María, siempre contará con mi respeto y haré todo lo que me pida en la casa.”
Sara parecía irónica, cosa que a María no le gustó lo más mínimo.
“Escucha atentamente. No pretendo arrancar a mi hijo el lujo de gozar de tu cuerpo; no se me ocurriría después de lo que ha hecho por mí. Pero yo seguiré siendo, no solo la señora de la casa, también su primera perra. Si eres capaz de adaptarte a ello podrás seguir aquí”
“Con todos mis respetos, el que siga o no aquí no es decisión suya, sino de Jaime; pero me será útil saber cuánto le incomoda y alerta mi presencia. No obstante intentaré ser digna y útil para los dos. Siempre muy agradecida del hogar que me han brindado”
María hizo una pausa solemne, dispuesta a abordar el motivo de la charla.
“Supongamos que nos desea a las dos. Hagámoselo saber, esta noche tras la cena le seduciremos las dos. Le daremos una ración de sexo que nunca olvide, que le haga sentirse el hombre más afortunado de la tierra. Ambas le necesitaremos, si está contento con las dos, ambas estaremos seguras bajo este techo. La perra de su madre y la puerca jovencita. Que nos tenga a las dos a la vez. Nos vendrá muy bien a los tres”
Sara se relamió imaginando el cuerpo voluptuoso y maduro de María por encima de su vestido.
“Si la señora lo ordena así, así será”
Sara continuó su labor en el Huerto y María fue a la cocina a preparar la cena. Mientras pelaba los tomates y reservaba una lata de sardinas, su coño humeaba chorreando, empapado.
Después de la cena Jaime les dijo que se fueran a dormir, que él estaría vigilante hasta la mañana siguiente.
Su madre le ofreció la botella de whisky. Él la cogió y Sara imploró, con voz de gatita celosa, si podía beber un trago. Él le pidió a su madre un vaso para la joven pero ella le dijo que no, que primero bebiera él, no había necesidad de ensuciar un vaso.
Sara vestía con minifalda, un antojito que tuvo en el asalto a una de las tiendas de moda joven del centro comercial. La minifalda era de color rojo, muy rojo, rojo dañino para la vista, cuyo contraste con la piel morena, unido a lo excesivamente corta que le quedaba, pues mostraba casi medio trasero, otorgaba al conjunto caderas-trasero-muslos un halo erótico jamás soñado por ningún estilista pornográfico; digno de un mundo que no era mundo. Además una discreta, aunque ceñida camiseta azul, que apenas le tapaba el ombligo y abultaba exageradamente los amplios melones.
María como solía, vestido clásico. Color crema, ceñidito de cintura, de ancha cintura todo sea dicho. Y mínimamente escotado, de sus monumentales pechos todo sea dicho, los cuales vencían momentáneamente a la gravedad por mor del sujetador.
A pesar del puterío con el que vestía la joven, a Jaime le pillo por sorpresa que se sentase sobre sus regazos y le besara con el fin de beber el whisky del trago que acababa de dar a la botella. El trasvase fue casi perfecto. Luego ella le arrebató la botella de las manos y dio dos largos tragos, seguidos de otro gran sorbo el cual depositó de vuelta a la boca de Jaime, acabando refrenado su lengua por el interior de su boca, metiéndola muy adentro.
María les miraba de pie desde la cocina, almacenando humedad, las gotas generadas en su coño ya le resbalaban piernas abajo, tan excitada y caliente que empezaba a correr el riesgo de morir por combustión espontánea.
La joven permanecía sentada sobre Jaime, bebieron un poco más, cada uno de la boca del otro. Luego ella se deshizo de la camiseta, lanzándola contra las tablas que protegían la amplia cristalera del salón.
Sus grandes peras quedaron al alcance de Jaime. Él las agarró y las lamió, su polla hacía rato que estaba preparada para la acción y conocía perfectamente de la presencia trasera de su madre. No sabía muy bien qué estaba pasando, simplemente dejaba hacer a sus gallinas.
“¡Tetona!, creo que nunca me voy a cansar de comerte las peras Sarita”
“jajajaja, mi rey, ni falta que hace, vamos mi señor cómelas enteritas”
Cuando llevaba un rato lamiéndolas, ensalivándolas en profundidad, lo levantó y lo sentó en mitad del sofá de tres plazas. Haciéndole un bailecito se deshizo de la minifalda y de las minúsculas braguitas, quedando totalmente desnuda. Luego se echó sobre él, quitándole el chaleco descubriendo su torso desnudo y musculado. Le lamió el cuello y el pecho y le hizo señas a María para que se acercara.
María llegó como una perrita obediente y se sentó al lado de Jaime. Sara sonrió y se sentó al otro lado.
“Hola mamá, qué pasa ¿qué quieres un poco de caña?”
“Ya sabes que sí, ya sabes de mi generosidad ante mi amo”.
La vio guapa, con belleza natural, aunque más teñida. Recordó su espectacular coño maduro depilado; ardía en ganas de volver a saborearlo; ya tenía a Sara desnuda ahora le quedaba su querida madre.
Se levantó y la desnudó poco a poco, María se iba moviendo por el sofá, levantando las caderas, dejándose hacer para facilitarle la labor.
No tardó en tenerlas a ambas desnudas sobre el sofá, pegadas pero sin tocarse ni mirarse. Visiblemente muy calientes, el coño de su madre brillaba encharcado, le gustó verlo así.
Las contempló un instante. Las diferencias eran enormes grosso modo. Pero entrando en los detalles su madre ganaba enteros frente a aquella chica. Los pechos eran del mismo tamaño y casi forma, es decir muy grandes; solo que los de su madre ya estaban caídos por la edad. Su coño, sin embargo, lucía mejor que el de Sara. Tenía mejor coño, las cosas como son. Un poco más grande y más bonito, totalmente depilado; se mostraba más jugoso y atractivo a simple vista; y al recordar el calor que emitía y lo confortable que estaba su polla allí dentro sintió un escalofrío de puro gusto que le recorría la espalda hasta la nuca. Por lo demás Sara ganaba en todo, más guapa, aunque su madre también lo era, un poco más alta y con el pelo mucho más bonito.
Pero eran dos mujeres por los que muchos hombres hubieran matado catar la cama cuando el mundo era mundo. Y estaban allí, desnudas ante él, dispuestas para él.
Se arrodilló ante su madre y la abrió de piernas. Ella mostró una sonrisa de plena satisfacción, de orgullo materno. Le agarró la cabeza y lo atrajo hacia su sexo.
“ven mi vida, come de mamá mi amor”
Sara miraba en silencio espeso.
El lametón primero le salió del alma, realmente llevaba días sin estar con su madre y ya añoraba lo bien cuidado que lo tenía para él, a petición de él realmente.
María se acomodó muy abierta, facilitando que la cabeza de su hijo entrase fácilmente entre sus piernas. Su cara ladeada hacia el lado opuesto al que se encontraba Sara. Gimiendo, queda y continua, sintiendo la lengua cálida. Jaime por su parte se agarraba a sus muslos para no caer en el abismo de aquella deliciosa y bien cuidada cueva.
Sara empezó a tocarse mientras miraba, pero más por el impulso de una actriz porno que recibe esa orden del director que por otra cosa; no se encontraba demasiado caliente, se tocaba porque era lo correcto en aquella situación. Sabía, no obstante, que se jugaba mucho en ese momento, si dejaba que su madre se impusiera tal vez quedase relegada a un plano residual de la convivencia. Ella se sabía guapa y atractiva, su juventud era un manantial de vida y pasión. La novia ideal para aquel chico fuerte; pero tal vez eso hubiera quedado bien en el mundo anterior. Ahora ese chico le comía el coño a su madre y fuera no cantaban los pájaros. El mundo no era el habitual. El dominio hembra había sustituido al de mujer, para bien y para mal.
Jaime ahora frotaba el coño de su madre, haciendo círculos con las yemas de los dedos índice y corazón. Miró a Sara y le dio una palmadita en su muslo mientras le dedicaba una sonrisa. La joven se arrimó a María y le besó en el cuello, luego lo lamió, deslizando la lengua como un cachorrillo por la piel de aquella mujer. María reaccionó al contacto y giró la cabeza hacia ella. Su cara trasmitía, con los ojos a medio cerrar, todo el placer otorgado en su sexo. Sacó también su lengua y Sara reaccionó buscando su boca.
Se morrearon durante un instante, luego Sara bajó y comenzó a lamerle los pechos, no sin antes tener que levantarlos de su permanente posición caída. Le costó levantarlos más de lo que hubiera jurado, el peso de aquellas grandes ubres era respetable. Manteniéndolos en alto, a la altura del cuello de María, lamió detenidamente los pezones; a la vez que Jaime daba otra tanda de lametones, bocados y lengua introducida en el coño de su mamá.
Mientras, en el exterior era noche cerrada. La luna brillaba en cuarto menguante y las estrellan tiritaban. Pocas nubes, noche buena de ¿junio?, tal vez sí, junio. La luz de las velas del salón, donde en ese momento Jaime comía el  agujero por donde salió al nacer y la guapa y atractiva Sara lamía los inmensos y caídos pechos de María, se filtraba tenue y tétrica a través de las tablas que protegían las ventanas de la que fue una amplia, elegante y cuidada cristalera con vistas. En lo alto la casa iluminada débilmente por la noche, y pariendo la distinta luz de las velas, aquella casa parecía maléfica, como sacada de un cuento de terror, como recién aparecida desde otra dimensión; sin tener nada que ver con el paisaje que la rodeaba. De hecho ni la pelada colina, en cuya cima descansaba, parecía encajar en aquel paisaje de bosques y altas montañas.
Desde la frondosidad del bosque unos ojos ensangrentados miraban la casa. El rugido continuo que emitía una boca desencajada y casi sin dientes parecía querer decir algo al aire, parecía querer comunicar algo a la casa, que la miraba distante, fría y cálida a la vez. Aquella alma perdida, con apariencia de mujer, podía haber andado en cualquier dirección, pues llegó hasta aquel punto como podría haberlo hecho a otro cualquiera. Posiblemente llevaría meses deambulando en soledad. Lo cierto es que aquella casa le atrajo desde que la vio, sus ojos quedaron clavados en ella. Poco a poco fue arrastrando sus pies colina arriba.
Jaime dejó de comer y las contempló besándose. Le gustó lo que vio. Se sentó en una silla frente al sofá y se desnudó, quedó mirando y acariciando su enorme polla.
Sara y María le miraron de reojo, captaron la idea y siguieron con el numerito. Las dos estaban también completamente desnudas, María se levantó dando la espalda momentáneamente  a su hijo. El cual se echó un poco hacia adelante para dar un azote en sus nalgas, las cuales quedaron bailando algo flácidas, como una gelatina.
“Veamos a que saben los humedales de Sarita”
Sarita obedeció a la voz de María. Se abrió mucho para dejarla entrar. María se arrodilló de forma que su trasero quedase siempre erguido en dirección a Jaime, el cual quedó a escaso medio metro de él. La posición no debía serle muy cómoda, pues tenía que arquear mucho la espalda para hacer la especie de V en el que su boca quedaba a la altura del coño de Sara y el culo bien arriba a mano de Jaime, por si se animaba que no le resultara muy difícil que agujero profanar en primer lugar.
Era la primera vez que María lamía un coño. Al principio cerró los ojos, algo alterada y sin apetencia, pero pronto descubrió cómo se abría al contacto de su lengua, como una húmeda flor al llegar la primavera. Notó la suavidad al deslizarla entre los labios y el sabor salado del interior cuando apenas la introdujo unos centímetros. Sara comenzó a gemir, eso motivó de sobremanera a María, la cual incrementó el ritmo de lamidas a la vez que llevaba su mano derecha a su sexo, tocándolo y abriéndolo para que le diera el fresquito.
Tanto el peludito coño joven como el rasurado coño maduro chorreaban de placer.
Jaime vio como su madre se abría el coño a la vez que intentaba empinar más el cuerpo para que quedase muy a la vista. Permanecía de rodillas, cada vez más metida y ensimismada en lo que le hacía a Sara, que por otro lado parecía estar disfrutando de lo lindo. Sintió que podrían reventarle los huevos de dolor, ya estaba bien de ser mero espectador de aquella maravilla, de aquel regalo del Diablo.
Se arrodilló detrás de su madre y empezó a lamerle el ojete, como un perro a una perra. Solo que esta perra estaba lamiendo el coño de otra perrita. Al sentir la humedad, meneó suavemente las caderas agradeciendo que ya estuviera ahí, y se sintió más motivada para incrementar la intensidad del trabajo que realizaba a la joven. Ahora, mientras su ano se llenaba de un juguetón calor húmedo, su lengua rebotaba en la parte visible del clítoris de la chavala, la cual pareció enloquecer, agitando su cuerpo, como poseída, de lado a lado y gritando y gimiendo y suspirando; pero manteniendo las piernas muy abiertas y quietas para que María pudiera seguir haciendo.
Le agarró las nalgas para que dejara de mecerse y así poder concentrarse en comer. El ano y el sexo de su madre le supieron exquisitos. María quedó quieta, moviendo a su vez de forma compulsiva la lengua; solo la sacaba del sexo de Sara para escupir pelos que se le enredaban en el paladar.
Se levantó y se colocó sobre su madre. Ella notó como se disponía a montarla, así que apartó momentáneamente la cabeza de entre las piernas de la joven y miró de reojo, girando un poco la cabeza hacia atrás, para deleitarse con lo que se le venía encima. Jaime se situó justo encima, flexionando las rodillas y agarrando la polla por los huevos para mantenerla firme en picado. María ronroneó como una gata, acomodándose bajo su hijo y empinó más el trasero.
Sara observaba, plácida, sin perderse detalle, desde una posición de lujo.
Se la clavó en el ano. Apretó con fuerza hasta meter un poco más de la mitad y empezó a pisarla; con sus manos abierta sobre su espalda; María tuvo que hacer fuerzas para que el empuje del macho dominante no la estampara contra el suelo.
Los gemidos desgarrados de dolor de María invadieron el exterior. La caminante se detuvo en mitad de la colina. Ladeo su cabeza observando la casa; como queriendo digerir que aquel ruido provenía de allí adentro. Su cabeza a penas tenía pelos y una de sus orejas estaba descolgada y golpeando contra el cuello a favor del viento.
Como la madre ya no le prestaba atención, pues demasiado ocupada estaba en morder el sofá mientras se desgañitaba del dolor provocado por el enorme pollón que le rompía el culo a fuertes embestidas, Sarita se levantó y se fue al lado de su salvador. Sonriendo acarició la espalda de María y separó un poco las nalgas para comprobar de primera mano cómo le entraba la polla. Jaime sudaba y se concentraba en durar, pero tuvo otra sonrisa en respuesta a la chica. Ella le besó con lengua y luego se situó detrás. Su pelvis se acopló al culo del chico, acompañando en el movimiento algo lateral y algo de arriba abajo, mientras sus manos acariciaban los músculos del pecho, dando pellizquitos en los pezones del protector. Como si ella le follara a él y el rompiera a la otra desde arriba.
Se separó un instante para ver la escena a cierta distancia. Era verdaderamente conmovedora y muy pornográfica. El hijo clavando a su madre a pollazos en el culo, cada vez más contra el suelo. Ella, por su parte, agarrada como podía contra el sofá, visiblemente muy dolorida, pero recibiéndolo de forma sumisa, manteniendo en todo momento el trasero muy arriba para facilitar la labor.
Le pareció entrañable lo que una madre estaba dispuesta a hacer por un hijo. Quiso darle algo de placer en aquel mar de dolor en el que se había visto metida.
Se arrodilló tras ella y se acercó, agachándose, hasta su sexo. El ruido de la polla rasgando la piel del culo le sonó desolador, pero ahí seguía a pesar de las súplicas de dolor que empezaba a mostrar la madre. Debido a las embestidas había cierto movimiento, pero no le fue difícil colocar sus manos en torno al sexo para abrirles los labios y meter su lengua.
El efecto de su lengua fue inmediato. Aquella mujer dejó de gritar de dolor y dejó escapar un gemidito de gusto, los flujos vaginales no tardaron en salir, siendo tragados en gran parte por Sara. Era como si, a pesar del dolor, aquella situación excitara de sobremanera a María, pues esa forma inmediata de correrse no fue para nada esperada.
Joder. Pensó Sara. Realmente le gusta ser la perra de su hijo.
Continuó comiéndoselo hasta que Jaime cesó en la clavada.
Él se sentó en el sofá, algo cansado por la incómoda posición sostenida durante unos cinco minutos. Sara se arrodilló a su lado, como una perrita dócil, respetando su cansancio. María quedó unos instantes sentada en el suelo, quejosa, dolorida. Recuperándose.
Sara agarró cuidadosamente el rabo y le sopló, le palpitaba entre los dedos. Jaime le sonrió; a cuya sonrisa ella correspondió besando cuidadosamente el capullo.
“ay mi pollita, ¿está muy dolorida después de romper el culo de la señora de la casa?”.
Sonó con desdén, iba dirigido más a María, la cual sonrió irónica mientras se mordía la lengua.
Cuando María miró, pasado un minuto, Sara ya estaba dándole una monumental mamada a su hijo. Miró frunciendo un poco el ceño, analítica, sabiendo valorar lo que aquella chica hacía a su pequeño.
El pelo moreno caía por su cara, con el rabo apretado contra su boca mientras lo masturbaba. El masturbar y meter en la boca era todo uno, a penas hacía ruido y la abarcaba entera sin arcadas. Su hijo gozaba tanto que se sintió orgullosa de él, el orgullo de una madre por ver a un hijo feliz.
Sintió una oleada de motivación. Se arrodilló junto a Sara y le frotó la espalda, llamando su atención. Ella se la sacó de su boca y la sostuvo erguida mientras la morreó. Luego se la pasó, como si fuera la botella de whisky. María la agarró risueña y la besó, dándole lametones longitudinales de abajo arriba. Luego la engulló, tratando de simular lo que le hacía Sara, pero no lograba meterla entera en la boca sin tener serias arcadas. Así que, consciente de sus limitaciones y virtudes, se dedicó a darle gusto a la altura del capullo, agitando dulcemente el capullo en torno a él, mientras su boca entraba hasta la mitad en una mamada constante, mientras la joven le lamía los huevos, metiéndolos en su boca, sintiendo la carga de semen que estaba siendo cocinado ahí dentro.
Ahora las dos la lamían a la vez, cada una pasando su lengua por un lateral, juntándose a la altura del capullo; donde se morreaban dejándolo en medio de las bocas. María la dejó hacer a la joven sola y se fue a besar a su hijo.
“¿Todo bien cariño?, ¿está mi nene a gusto?”
“Mucho, mamá, sois geniales”
“Mamá está feliz, la generosidad de las hembras al macho que las protege debe ser eterna y sin condición. Mamá nunca pone condiciones, y lo sabes cariñín”.
Jaime asintió con los labios simulando una O mientras miraba a la chica, disfrutando de lo que le hacía.
Mientras Sara seguía con la mamada su madre le lamió los pezones y deslizó su lengua por el cuello, llegando hasta chupar las orejas. Jaime notaba tocar el cielo con la yema de los dedos.
A la vez, una cabeza se retuerce por la parte trasera del ventanal de madera. Buscando mirar a través de las tablas. Observa la escena, deja ver los pocos dientes y saca la lengua, partida por la mitad. La mirada se proyecta sanguínea. El desagradable ruido constante, emitido desde algún punto indeterminado entre su pecho y cuello, podría delatarla.
Sara le masturbaba, fuerte, preparándola. María le vio las intenciones de subirse a cabalgar, era la hora de mostrar quien era la perra dominante, todo lo que hiciera era poco.
Así que sin mediar palabra apartó las manos de la joven de la polla de su hijo y se subió encima. Sara se apartó, visiblemente molesta pero sonrió al ver que Jaime le miraba. María se colocó de rodillas sobre su paquete y se incorporó algo, sus pechos quedaron delante de Jaime, bailando colgantes; lo cual aprovechó para darle varias lamidas y bocados. María la agarró y la colocó muy vertical, luego descendió, quedando engullida completamente por su depilado, dócil y tragón coño.
Se acopló inclinándose sobre él y comenzó una larga y lenta cabalgada, buscando un punto medio en el que ambos se encontraran a gusto. Sara se sentó en el sofá al lado de Jaime, a veces le besaba, otras veces daba una vuelta, acariciando los pechos de María y besando a ambos.  Pero María quería que aquello durase, intentando infantilmente que solo fuera para ella. Iba variando gemidos, para no aburrirle, pero, aunque le estaba follando bien, la cabalgada empezó a aburrir a Jaime, el cual miraba a Sara, que le hacía gestos de que se fuera con ella. Cuando la joven se colocó a cuatro patas en uno de los extremos del sofá, no se lo pensó más y apartó a su madre dándole palmadas en las nalgas.
“Ale mami, buena hembra, pero ahora un rato con ella”
María se limitó a apartarse, visiblemente vencida; con una follada mediocre no iba a conseguir nada.
Vio como Sara le recibía en una postura imperial, digna en el estilo de perra, alejada de la sumisión con la que ella recibía la polla de su hijo en cualquiera de las posturas. Ella se esforzaba en ser buena amante, y sin duda lograba conseguirlo, pero Sara lo conseguía sin esfuerzo, lo llevaba dentro con estilo. Una guarra con clase, un auténtico putón.
La joven movía el culo con elegancia, de adelante atrás y con leve contoneo lateral, recibiendo la polla en su sexo y escupiéndola enrojecida hasta casi quedar fuera entera, y vuelta a entrar otra vez. Jaime lo acompañaba con ligeros movimientos, superado por la forma de follar de aquella joven.
Sus gemidos volvían a ser tan exagerados como eróticos. No cesaba de hablar en susurros roncos y femeninos, dando ánimos a mantener la polla bien erguida, a que aguantase todo lo que pudiese. Echándose hacia adelante, cayendo su pelo moreno, torciendo la espalda de lado a lado, levantando el trasero por momentos para luego caer contra la pelvis de Jaime, haciendo desaparecer la polla dentro de su coño.
Tan sensualmente pornográfica resultaba que  María empezó a tocarse mirando, no podía resistir la excitación tan incontrolable que le llegó. Se tumbó en el suelo, a la altura de ambos, y se abrió de piernas para tocarse mirando. Su mano se refregaba con velocidad, Sara se dio cuenta de su estado y exageró los gemidos.
“Creo que nuestra perrilla vieja necesita a su hijo, fóllatela cariño, acaba dentro de ella, se siente mal, mírala”.
María sabía que había sido agredida de nuevo, había sido pisada otra vez por aquella Diosa. Pero no le importaba, los miró implorando placer, necesitaba ser follada fuerte. Así supo verlo su hijo, el cual obedeció a Sara en su humana propuesta.
Jaime se colocó entre las piernas de su madre y la taladró fuerte hasta correrse. Ella lo abrazó y lo atrajo en el momento de la corrida. Sara no se percató, pensó que ella solo fingía, pero se corrieron a la vez. Por un instante se olvidaron de Sara, la cual gozaba orgullosa de haber acabado dando una orden al macho dominante, y que este hubiera obedecido. Orgullosa de haber dejado claro, al menos eso parecía, quien era la hembra potente bajo ese techo; y quien merecía los galones de primera mujer de la casa. En un mundo acabado los galones se marcan como en el mundo animal, pensó, y una hembra de buen ver joven y sana debería poder a otra más vieja y estropeada.
La muestra de caridad ofrecida, pidiendo al macho que acabase dentro de la hembra vieja, hizo que Sara se creyese una señora con mano derecha, consciente de la realidad del que tendría que ser el palacio donde reinara a la derecha del rey.
Lo cierto es que María y Jaime se abrazaban y corrían el uno contra el otro, tocando el cielo nuevamente, sintiendo que el cuerpo de uno era la prolongación del otro; justo como antes de nacer. Sabiendo ella lo que él necesitaba. Quedaron besándose un rato, hasta que vieron a Sara, la cual continuó besándolo durante unos instantes más, antes de agarrar su polla y dejarla bien limpia a lametones.
La caminante llevaba un rato merodeando la casa. Ahora se encontraba justo ante la puerta de entrada, husmeando todo, toqueteando por la pared. Al desplazarse un poco hacia atrás tumbó una regadera metálica que Sara había olvidado guardar antes del anochecer.
El ruido metálico les llegó de improviso. Con Sara limpiando la polla a Jaime y María tumbada en el suelo a su lado, mirando el techo, pensativa y satisfecha.
Jaime se levantó como un resorte, apresuradamente se vistió recogiendo su ropa desperdigada por el suelo. Les hizo una señal de silencio, colocando el dedo índice de su mano derecha sobre sus labios. María y Sara quedaron arrinconadas, desnudas, pegadas la una contra la otra.
Atemorizadas. Dejando hacer al protector.
Jaime observó a través de la mirilla de la puerta, no había nadie pero pudo ver la regadera tirada en mitad del porche. Cogió su machete y se colocó una de las pistolas pequeñas adosada al cinturón, cargada de balas. Desde el ventanal del salón tampoco vio nada, tampoco desde la cocina; ni desde la ventana de la sala de estar.
Ordenó a las mujeres que se encerraran en el sótano. Sara pidió ayudarle pero Jaime no se lo concedió. Se encerrarían y seguirían los pasos de su orden de sótano. María las sabía de memoria, se encargaría de instruir a la joven a marchas forzadas.
A Sara no le hizo ninguna gracia la idea de recibir instrucciones de María, pero obedeció a su protector.
Cuando la infranqueable puerta de acero inoxidable del sótano quedó sellada Jaime subió las escaleras con la idea de espiar desde la zona superior, donde la vista era más completa, pues solo no podía verse la zona delantera de la casa, la cual estaba bien protegida por el ventanal del salón y desde la que no vio nada.
Primero se fue hacia la zona de atrás, que es la única a la que no se accede desde abajo. Entró en la que fue su habitación, ahora dedicada a almacén. Se asomó entre las tablas y entonces pudo verla.
Estaba quieta, mirándole o al menos esa impresión daba. Los brazos bajados y la cabeza dirigida justo a esa ventana. Tras el susto inicial Jaime pudo ver que era una caminante. De hecho podía escucharse el murmullo constante que emitía. ¿Qué hacía allí?, ¿por qué miraba fijamente a esa ventana?. 
Tras revisar todo el entorno bajó y salió cuidadosamente. Se dirigió, pistola en mano y machete en cinturón, hasta la zona de atrás, amparándose en la protección de la poca claridad otorgada por la luna a medio hacer.
Se asomó cuidadosamente y pudo verla más de cerca. Una oreja le colgaba y apenas tenía pelo. Su cara, demacrada y muy blanca, miraba fijamente a la misma ventana. Se acercó cuidadosamente. A mitad de camino ella giró la cabeza hasta que sus ojos se cruzaron.
Jaime quedó en posición de defensa, se guardó la pistola y cogió el machete. Ya la habría matado de no ser por aquella enigmática forma de mirar, primero a la ventana y luego a él.
Frunció el ceño, le resultaba familiar.
Notó como el corazón se le disparaba.
Era Clara.
El amor de su vida.
El orgullo les separó algo más de un año antes del suceso. Cuando todo acabó estaban a punto de volver, habían quedado para tomar un café y hablarlo justo al día siguiente.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Aquello era nuevo para él. Pues ella había ido allí a sabiendas de lo que hacía, la había descubierto mirando la ventana desde la que tantos atardeceres vieron en los mágicos y románticos días de campo, justo antes de meterse en la cama a hacer el amor.
Y ahora le miraba, no le atacaba. Notaba como ella luchaba contra sus instintos, como si quisiera reconocerle.
“Hola Clara, amor. Soy yo Jaime. ¿Me reconoces?”
Como respuesta solo quejidos y ruidos infernales. Comenzó a avanzar, arrastrando los pies en un macabro baile, hacia él. Cuando llegó a él intentó atacarle. Jaime la agarró por el cuello y la inmovilizó. Ella pataleaba y estiraba los brazos buscando alcanzarle, con la boca muy abierta y los pocos dientes que le quedaban preparados para el festín.
Jaime sintió pena. Por un instante estuvo tentado de dejarse morder, de vencerse. Con suerte se convertiría en uno de ellos y entonces no tendría que sufrir más. Tal vez Clara hubiera ido a liberarle de la prisión en la que vivía. Solo tenía que dejar de sujetarla y ya no volvería a sufrir más.
Pero había dos mujeres que dependían de él.
“Lo siento mucho, amor mío”
El machete le atravesó desde el cuello, por debajo de la boca, hasta los ojos, que saltaron como bolitas de billar. Clara cayó en el acto.
El fuego dio paso al Sol y las lágrimas se secaron con la brisa del amanecer. Jaime entró en casa y golpeó la puerta del sótano.
Solo les dijo que un caminante andaba merodeando. Uno solitario, nada de lo que temer. No obstante pidió que no se bajase tanto la guardia para la próxima vez.
Se fue a dormir. Pidió que le dejaran más tiempo de lo habitual, necesitaba descansar.
María se llevó todo el día dando órdenes a Sara.
“La casa debe estar siempre impoluta, todo tiene que estar en el orden y la pulcritud que Jaime exige. Así que si quieres seguir aquí tendrás que ponerte las pilas. Mi hijo lleva razón, nos vendrá bien tu juventud. Mientras preparo el almuerzo deberás lavar la ropa y tenderla fuera. Recuerda, con un cubo de agua tendrá que ser bastante, y usa solo media pastilla de jabón. La colada se hace una vez al mes, y hoy toca. Apuntamos los días con tiza roja en la pared de la sala de estar. Ahora también te encargarás de ello, tras cada treinta palitos rojos tocará lavar la ropa. Usa los cables de la entrada para ello; el señor los bajó del tejado en una de sus acertadas decisiones”.
Sara lo hacía todo a desgana, siempre poniendo mala cara, pero obedecía. Su cabeza no dejó de dar vueltas mientras lavaba la ropa fuera, sobre una madera forrada de cerámica, preparada por Jaime para tal uso a modo de lebrillo.
María la miraba a través de las tablas de la cocina. Se sentía poderosa ordenando a aquella chica. Se sorprendía así mima del cambio mental que estaba experimentando. Había olvidado a Dios y ahora solo necesitaba demostrar la superioridad sobre aquella chica; dejar de ser solo la hembra para ser, además, la señora de la casa. Había que adiestrar a aquella joven para su beneficio. Quería hacerla dócil y trabajadora, en cierto modo era como esculpir un regalo para su hijo. No le importaba que la joven se creyera su novia y quisiera hacerlo notar, pensaba perdonarles los desplantes sexuales de intentar hacerla servil delante de su hijo. Tenía la certeza de que ella sabía que si no la obedecía, Jaime tomaría cartas en el asunto; eso la ataba.
Sara, por su parte, admitía las órdenes. En la sesión con Jaime había dejado muy claro quién era la hembra que mandaba. Lo demás era solo cuestión de tiempo. María sería cada vez más vieja, y ella cada vez más guapa y atractiva. Jaime no tardaría mucho en darse cuenta de que la selección natural era lo que debería mandar en aquel difícil momento. Agachaba la cabeza y obedecía. Pero poco a poco iba trazando un plan, y la paciencia era importante en él.
El tiempo y el sexo jugaban a su favor.
María no podía evitar recordar el orgasmo compartido que había vuelto a tener con su hijo. Aquella zorra sería muy guapa, tendría muy buen cuerpo y sabría cómo tratar a un hombre en la cama…. Pero el cómo su hijo se corría dentro de ella nunca lo tendría, el calor de una madre, el cariño infinito, la bondad y la generosidad sin pedir nada a cambio que ella le ofrecía, jamás se lo daría la otra. Y eso era, en tiempos tan difíciles como aquellos, tan importante como sobrevivir; porque sin ello no se sobreviviría.
Sonrió complacida mientras miraba a Sara lavar la ropa con el ceño frunció. El Sexo, al fin y al cabo, jugaba a su favor.
Tras el almuerzo María sentía que podría dar un paso adelante en el dominio sobre la joven. Jaime había ordenado que lo despertaran al atardecer, y así estar toda la noche y la mañana siguiente vigilante. Aun les quedaban unas tres horas a solas.
María se sentó en el sillón de vigilar de al lado de la cristalera, con la escopeta en mano, como tantas veces había visto hacer a su hijo; pero sin la botella de whisky. Ordenó a Sara que recogiese la cena y lavase los platos y cubiertos que habían empleado.
Sentía nervios por lo que iba a pedir a la joven, algo incómodo le recorría el estómago; pero tenía que hacerlo, convenía ir marcando el terreno cuanto antes.
“Cuando acabes de recoger vendrás aquí a comerme el coño. La señora necesita relax”
Lo había soltado sin respirar, necesitaba soltarlo, había sido como arrancarse una muela. Lo hacía para sentirse superior pero lo cierto es que su sexo se humedecía por momentos.
Sara dejó de fregar y la miró extrañada.
“¿Cómo has dicho?”
“Que acabes pronto para hacerme un trabajito, antes de que mi hijo se levante”
Sara la miró mordiéndose el labio inferior enfadada y excitada. Aquella mujer madura era aprovechable todavía, en parte entendía a Jaime. Si por ella fuera se desharía de ella allí mismo, arrebatándole la escopeta de largo cañón y volándole el cráneo. Pero tenía algo que a veces la ponía como una moto. Tal vez los enormes melones que guardaba caídos bajo sus vestidos, tal vez el sexo tan cuidado y perfectamente depilado, tal vez la belleza de su rostro, que aún conservaba a pesar de la edad. Tal vez le recordaba a alguna de las mujeres con la que había fantaseado en la soledad de su habitación, buscando videos de mujeres mayores con chicas jóvenes. No fueron pocas las veces que se sorprendió fantaseando de aquel modo; y en ese momento lo recordó con ternura.
En ese momento se sintió débil. Ella siempre había sido una chica muy segura de sí misma; tenía su vida perfectamente planeada antes del secuestro. Niña de papá rico, que estudiaría derecho y se casaría con un joven guapo y rico para ser la dueña de su hogar. Siempre soñó con ir guapa y bien vestida a las fiestas en las mansiones de los amigos, pariendo hijos y estando siempre perfecta para su hombre. Pero tuvo que vivir dos sucesos, el secuestro y el fin del mundo. Se sentía dichosa de haber sido rescatada y su mentalidad no había cambiado demasiado a pesar de todo, pues aspiraba a ser la señora de esa casa. Jaime se podría considerar un hombre guapo y rico, dadas las circunstancias; a pesar de todo su sueño seguía vivo. 
Pero en el fondo era débil. Y aquella mujer lo acababa de demostrar. Con su petición había vuelto a despertar fantasmas del pasado. Siempre se sintió vulnerable cada vez que se tocaba viendo esos videos; eran actos que la hacían alejarse del modelo de mujer que perseguía. Y ahora esa realidad estalló de nuevo en su cara; la petición de María le trasladaba a la fría soledad de su lujosa habitación de adolescente.
Por eso estaba elaborando un plan, porque necesitaba sentirse segura en los pasos a seguir para el objetivo marcado. Pero en aquel momento no quería dejar de sentirse vulnerable. En aquel momento necesitaba arrodillarse entre las piernas de aquella voluptuosa mujer madura.
Se aproximó despacio con la mirada perdida. María la sintió distante, la notó diferente. Se levantó un instante para arremangar el vestido por encima de la cintura y bajarse las bragas, las cuales dejó en el suelo cuidadosamente. Luego volvió a sentarse y se abrió mucho, poniendo cada pierna en los reposabrazos del sofá, apoyadas en los gemelos.
“Vamos Sarita, ven aquí”
Solo se le veía el coño, limpio, depilado por completo. Dos labios elegantes cerrados en un nudo, y una suerte de pulpa rojiza entre ellos, brillante por la humedad. Sus piernas eran bonitas, y esperaban abiertas y en alto a la joven.
Se arrodilló ante ella. A María, la mirada perdida y excitada de la chica le resultaba tan enigmática como extraña. Pensó en dar una lección de superioridad y se encontró con un deseo en aquellos bellos ojos, diferente a todos los que jamás había podido leer en nadie.
Su lengua le pareció más pequeña cuando la sacó entre sus carnosos labios. Su mirada imploraba valoración de lealtad cuando se aproximó hacia adelante; del mismo modo que un cachorro mira a un extraño dueño que ha ido a arrancarle de los brazos de su madre. Cuando la lengua resbaló contra su sexo, a María le pareció que creció instantáneamente. Percutió impoluta entre los labios, de arriba abajo, acabando en el ano, el cual quedó humedecido, metiendo levemente la punta en él.
El primer contacto había sido monumental. Nada de salir del paso, nada de ser sumisa ante su orden. Ahora la joven hacía algo que deseaba, pues no se podría empezar así algo que le hubiese repudiado o asqueado.
María empezó a emitir gemidos leves, intentando sofocarlos para no dar a Sara pistas sobre lo que le estaba encantando su trabajito. Ahogaba los quejidos pero Sara los oía, lo que le hacía esmerarse más, por entender que le encantaba. Con su boca se amoldó a la anchura y altura del sexo, colocándola abierta de modo que todo quedase dentro;  así, su lengua, ancha por no tener que salir apenas de la boca, pudo moverse de forma ágil y constante, refregando de abajo arriba, sintiendo el sabor salado y a pis de la parte rosada, y topando con el botón de la hembra mayor. Esto enloqueció a María y sus gemidos comenzaron a no ser ahogados, dando rienda suelta al gozo, sintiendo y viviendo el momento con intensidad.
Nunca antes se lo habían comido tan bien.
Sara se apartó lo justo para dar un respiro a la mujer. Pero enseguida se colocó más encima, pudiendo introducir dos dedos, índice y corazón, de su mano derecha, muy juntos y estirados, en el sexo de la madre de Jaime. A la vez, su lengua daba vueltas en torno al clítoris. Notaba como sus dedos se empapaban de los flujos de María, provocando un alto gemido constante que acabó en varios chillidos estruendosos de placer, a la vez que cerraba las piernas colocándose ligeramente de lado; vaciando sus flujos en la cara de Sarita, cuya cabeza había quedado prisionera entre la zona baja de los muslos.
Sara se levantó, dando por hecho que su función había terminado, y se limpió la boca y cara, impregnada de flujos, con una servilleta de la cocina. Luego se sentó en el sofá y quedó en silencio.
María había ido poco a poco. Tras estar un rato dando gemiditos de gozo pasado, se fue incorporando hasta quedar en pié, donde se puso las bragas y bajó de nuevo el vestido.  Luego se hizo un moño sujetando una horquilla entre los labios, se la colocó para sostener el improvisado peinado, cogió la escopeta, se asomó entre las tablas para comprobar que todo seguía en orden y se sentó de nuevo en la butaca.
Hubo un incómodo rato de silencio. Durante ese tiempo a Sara le había dado tiempo a recuperar parte de su gallardía de candidata a señora primera de la casa. Pero se sentía algo intimidada; hizo votos internos, no obstante, de seguir adelante con su plan.
María la miró con mirada de desprecio, de abajo arriba; rompiendo el silencio.
“Esperemos no haber despertado a Jaime. No quiero ni pensar qué opinaría de que la nueva perra se dedicara a distraer a la señora de la casa en horas de vigilancia”
Sara la miró entornando los ojos, analizando lo que había dicho, no pensaba amedrentarse.
“Tal vez debiera saber que su madre es solo una puerca que necesita correrse para sentirse importante. No me extraña que algún día te sorprendamos con un caminante entre las piernas. Yo sería la primera en clavarte un machete entre las cejas”
“Querida Sarita. A mí ya me comían el coño cuando tú ni siquiera habías nacido. Ahora mismo podría dispararte con esta escopeta, cualquier cosa que le diga a Jaime le valdría, pues solo me necesita a mí”
“Cuidado con lo que dice, señora. Pues cada día que pasa es menos útil aquí, siga envejeciendo mientras se sienta joven y viva, pero las comparaciones siempre serán lamentables para ti”
“Puta”
“Vieja”
“¡Comecoños!”
“Y tú bien que lo has disfrutado”
De nuevo el silencio, miradas de odio. María analizó posibilidades de matarla de un disparo, hasta la encañonó desde su sillón. Sara no cesó de sonreír y sacar la lengua mientras lo hacía, segura de que no tendría agallas de dispararle.
“Pero María, no te engañes. No tienes porque sentirte desplazada por mí, eso es solo algo natural como la vida misma. Yo podré consolarte como acabo de hacer, vea en mí una aliada, una amiga. Necesitará alguien con quien consolarse cuando su hijo no le busque.”
“Eso jamás ocurrirá”
Sara rió enérgicamente.
“¿Nunca?, ¿en serio lo dice?, ¿usted se ha visto?, ¿Por cuánto tiempo cree que su cuerpo será mínimamente apetecible?. Yo le aseguro placer hasta el final, pero solo si usted se aparta hacia un lado y sabe admitir su sino de sirvienta de su hijo y de la dama de esta casa, es decir yo. Debe mirarlo de la forma más buena para usted. Yo seré su aliada, no su enemiga. Solo deje que la naturaleza fluya, que lo lógico ocurra, y yo me encargaré de que nunca se sienta necesitada”
María sintió deseos de entregarse, de decir que sí sin condiciones, en el fondo aquella chica la maravillaba, tal vez tanto o más que a su hijo, aunque luchaba por odiarla sabía que Sara llevaba razón. Ella cada vez sería menos útil a su hijo en aquel mundo, ¿Cuánto podría seguir así?, cuatro o cinco años a lo sumo. A los sesenta y poco solo será alguien a quien mantener sin que pudiera dar nada a cambio; ni sexo de calidad ni fuerzas para trabajar en la casa y el campo. Aquella chica le ofrecía, al fin y al cabo, algo más que razonable. Si no lo aceptaba tal vez esa oferta no llegase más adelante. La muy puta tenía las mangas llenas de ases, se sentía derrotada, pero tendría que sacar fuerzas; todavía no pensaba rendirse. No tan fácilmente.
“Eres solo una cría que se cree alguien. En esta casa había rangos y ellos permanecerán intactos. Recuerda que si quieres seguir aquí tendrás que trabajar más que nadie, si dejas de ser útil tendrás que irte, o más bien morir, ya que Jaime no dejará que ningún vivo se vaya conociendo nuestro escondite. Así que más te vale dejar las películas que te montas en esa cabeza. Sigue ofreciendo tu lengua, sigue poniendo el culo a mi hijo y sigue trabajando todo lo que puedas, en caso contrario solo servirás para morir. Nunca lo olvides”
“Me alegra saber su opinión al respecto. El saber su respuesta a mi oferta deja todo más claro y fácil para mí”
“Seguiré buscando a mi hijo y él me seguirá buscando a mí. Que quede bien claro, yo soy la primera señora de la casa y la primera amante del macho que la protege. Tú, como mucho, solo eres una putita a prueba, por parte de los dos”
María notó el cambio de luz provocado al ocultarse el sol tras las montañas del oeste. Se incorporó altanera y orgullosa.
“Es hora de despertar a Jaime”
Entonces escucharon el ruido lejano de un helicóptero. María hizo señas a Sara para que no se moviera y comprobó que todas las velas de la casa estuvieran apagadas.
“¡La ropa!”
Se apresuró a recoger la ropa y ocultarla en el interior de la casa. El helicóptero se escuchaba cada vez más cercano. Sara no entendía nada.
“Pero igual vienen buscando supervivientes, tal vez puedan ayudarnos”
Jaime apareció escaleras abajo, visiblemente asustado y alterado. Había escuchado lo que Sara había dicho.
“No podemos fiarnos de los vivos. Ese helicóptero no puede ver nada que le indique que aquí hay personas, ¡que nadie se mueva!”
Escopeta en mano se asomó entre las tablas de la antigua cristalera del salón. El ruido empezaba a ser muy fuerte y un rayo de luz apareció entre las montañas.
El atardecer avanzaba y aquella luz merodeó sobre la colina y la casa durante unos instantes, antes de posarse en mitad de la cuesta más suave de la colina.
Jaime dio una pistola cargada a cada mujer y les ordenó que estuvieran alerta y atentas a sus órdenes.
Colocó el cañón de la escopeta sobre las tablas, apuntando sin perder de vista el helicóptero.
Pasados unos instantes bajaron tres hombres de él, pudo ver que el piloto quedó en su posición, con el helicóptero todavía en marcha.
Los tres armados, mirando intensamente la casa.
Jaime disparó y abatió a uno de ellos. Los otros corrieron a esconderse. Uno echó cuerpo al suelo, protegiéndose entre las hierbas, disparando hacia la casa. El otro se fue hacia la parte de atrás.
Jaime las llamó a las dos.
“Uno está allí, tumbado en mitad de la colina, disparando. No dejar de dispararle. Olvidaros del helicóptero, necesito que ese no se levante”.
Fue hacía arriba y buscó cuidadosamente al otro. Pudo verlo entrando en el huerto, desde la ventana de la habitación de su madre.
“¡Maldita sea!”
Bajó de nuevo, su cabeza daba vueltas buscando un plan.
“¡Dejad de disparar!”
Cogió a Sara y a su madre y las llevó al centro del salón.
“Este es el plan. Mamá tu vas a esconderte en el sótano. Preparada con la escopeta llena. Sara tú vas a salir con las manos en alto. Diles que vives aquí atrincherada desde el suceso. Ellos entrarán y yo les tendré preparada una calurosa bienvenida”
Ella estaba dispuesta a salir cuando Jaime se asomó a la ventana del salón. Pero su cara se ensombreció.
Los dos supervivientes corrieron hasta meterse en el helicóptero, el cual levantó el vuelo hasta perderse de nuevo tras las montañas.
Jaime se sentó pensativo hasta que el traqueteo cesó. María salió del sótano. Ella y Sara se sentaron en silencio junto a él. Se sentían débiles, altamente dependientes de su macho.
Éste levantó la cabeza, preocupado y decidido.
“Tenemos que abandonar la casa”